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Llevaba una bolsa en mi mano izquierda, era mi cena, la misma de la cual no había podido probar bocado debido al nudo de nervios que residía en lo más profundo de mi estómago. Sin embargo, había decidido llevarla a casa para darle de comer a los perros callejeros.

Mamá alimentaba a un total de quince perros que todas las noches iban a casa a buscar su alimento del día, había crecido con esa costumbre y cada vez que me sobraba comida a mí o a mis amigos la llevaba a casa para ellos.

No obstante, ese día lo importante no eran los perritos a los que tanto cariño les tenía. Lo importante era una muchacha que estaba volviéndome loco sin siquiera saberlo.

Pasé mi mano libre por mi cabello en un vago intento de peinarme, lo cual no tenía sentido ya que era sumamente corto. A pesar de ello, ahí me encontraba cruzando una calle desierta que me separaba de la persona que se volvería el amor más profundo que había experimentado.

Le sonreí y finalmente, con un hilo de voz solté la palabra que tanto quemaba en mis labios.



Sin mirar atrásDonde viven las historias. Descúbrelo ahora