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Mi primer día de trabajo era algo que nunca olvidaría, llevaba una mochila en mi espalda en la que guardaba mis trabajos. Eran simples dibujos en ese momento pero significaban la vida para mí.

Había dedicado días y noches, había gastado lápices y bolígrafos, mis manos se habían ensuciado y me había frustrado a más no poder, pero me sentía orgulloso de ellos. La mayoría era una adaptación de tatuajes que veía en línea, otros por el contrario, eran completamente míos. Esos se encontraban al inicio de la carpeta, tras una portada titulada "Fragmentos" pues eran fragmentos de mi alma, no obstante en ese momento era un alma inexperimentada, sin dolor ni cicatrices.

Mi padre, en ese entonces, no estaba muy entusiasmado con la idea de que su único hijo quisiera ser tatuador, pero no se quejaba, después de todo iba a la Universidad a cursar la carrera de leyes –siguiendo sus pasos- y el trabajo lo había encontrado por mi cuenta. Mamá por el contrario amaba la idea de su hijo siendo artista, como ella.

Mamá era profesora de arte, papá abogado. Era difícil imaginar como dos personas tan opuestas habían terminado juntos pero la verdad era que funcionaban bastante bien juntos y lo siguen haciendo.

Observé la tienda de tatuajes frente a mí, era una belleza. Al contrario de la mayoría de los locales del rubro, Meteoro Tatuajes parecía una clínica médica pues el dueño, Matías, era un obsesionado de la limpieza.

Esa noche, cuando mi turno finalmente había terminado, a las once de la noche, la vi por vez primera. Recuerdo que se encontraba bajo un farol en la calle, envuelta en una chaqueta de cuero para intentar disimular el frío que calaba sus huesos.

Ese día comprendí lo que los humanos denominaban amor a primera vista. No era amor realmente pero no pude sacarla de mi mente las horas que le siguieron a ese encuentro. Ella era arte y yo estaba loco por volverla mi musa.

 


Sin mirar atrásDonde viven las historias. Descúbrelo ahora