The Truth Untold

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Huí. Tan rápido como me permitieron mis piernas, tan asustado como mi instinto me condujo, hasta el baño más cercano de la biblioteca.

Abrí la puerta de golpe, demasiado absorto en mi pánico para darme cuenta de que había entrado al baño de chicas, cuando un par de chicas frente al espejo me miraron con miedo y confusión escritos en los ojos. Me disculpé y volví a salir corriendo hacia el baño de hombres. Me metí en el primer cubículo libre que vi, me senté, y esperé.

Esperé a que las lágrimas salieran, porque la opresión en mi pecho era tan grande, que la mísera tarea de respirar se había convertido en la más imposible. Pero no salían.

Mi corazón retumbaba. Me dolía. Dolía mucho. Mi boca estaba seca y mis manos heladas temblaban. Se enredaron en mi pelo, alborotándolo y tirando de él con violencia y frustración. Si no podía llorar de rabia lo haría de dolor.

Pero no hubo forma de explotar. Solo pude escuchar el sonido de mi respiración ahogada, que me ponía aún más ansioso mientras intentaba pensar en otra cosa que no fuera esa persona o lo que tanto quería negar, y cada latido de mi corazón estallando detrás de mis oídos me desquiciaba como una verdad indecible.

Me levanté y di vueltas como un loco en el diminuto espacio del que disponía. A lo mejor todavía podía arreglarlo. A lo mejor podía volver, hacer como que nada había ocurrido y cada uno seguiría su vida, sin más malentendidos ni sentimientos frustrados. Porque yo no podía seguir la mía si lo que acababa de pasar era verdad.

Pero entonces, ¿por qué sentía que eso no era lo que yo realmente quería?

Me odiaba, me detestaba y me aborrecía. No podía estar más seguro de aquello que ahora, al ser consciente de que había conseguido lo que una vez creí inimaginable: había herido a Jeno.

Demonios, ¿desde cuándo me importaba tanto él?

Alcancé un punto en el que los azulejos del baño comenzaron a dar vueltas. Me volví a sentar y justo en ese momento alguien tocó la puerta del cubículo donde yo me encontraba. Salté, volviendo a la realidad.

Tomé mi mochila y salí, chocando hombros con un chico que me llamó "puto retrasado" y que me echó una mirada de amargado que devolví de mala gana. Su cara palideció al verme hecho un asco. Pasé de largo y salí del baño, con un nuevo propósito.

Tenía que disculparme con él. Volver lo antes posible, asegurarme de que seguía ahí, porque si veía el brillo desaparecer de sus ojos otra vez por mi culpa... No me lo perdonaría nunca.

Intenté regresar a aquel lugar especial. La desesperación se volvió a apoderar de mí al no encontrarlo. Ni siquiera recordaba cómo Jeno me había llevado hasta allí, porque había estado demasiado absorto en mis propios pensamientos y mi vergüenza para entender que me estaba mostrando algo importante para él.

No era más que un egoísta que solo pensaba en sí mismo.

Tras un minuto de confusión en el que apenas entendía dónde me encontraba, mi mente me condujo desesperado a la mesa en la que siempre nos sentábamos, y mi decepción fue aún mayor cuando la vi ocupada por estudiantes, pero ninguno de ellos era él.

Sentí las lágrimas apretar mi garganta, esta vez amenazando con desbordarse de verdad y montar un espectáculo frente a aquellos estudiantes intrigados y molestos por mis pisadas fuertes y respiración entrecortada.

Jeno no estaba. La había cagado de nuevo. Por una vez él había intentado sincerarse conmigo, y yo solo me había reído en su cara y había salido corriendo, como el cobarde que era.

Arrastré los pies hacia la estación de tren, no queriendo permanecer ni un minuto más en ese lugar si no estaba él. Sentí el odio crecer dentro de mí con cada paso. Era tan estúpido. Pretendía salvar a los demás cuando yo era el primero que se hundía cada vez más en el pozo de su desesperación y soledad, ¿cómo iba a ser capaz de llevar el dolor ajeno si no era capaz de soportar el mío?

My First And Last | NominWhere stories live. Discover now