un año más

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El desastre en la montaña o "el placaje humano en la nieve ", como había decidido llamarlo Naeun más tarde cuando nos reencontramos con los padres de Jeno en la estación de esquí y les relató con pelos y detalles mi pequeño accidente, se convirtió en el punto de inflexión de la incómoda dinámica que habíamos mantenido durante todo el día Jeno y yo. Era un poco ridículo, pues, ¿quién hubiera pensado que darse de bruces con la persona que te gusta en una pista de nieve y posteriormente salir rodando cuesta abajo con ella acabaría contribuyendo al deshielo de la tensión que os distanciaba desde hacía una semana, y no aumentaría la brecha de la incomodidad entre vosotros? Yo desde luego no lo hubiera pensado posible nunca, pero mientras esperaba tumbado en la gigantesca cama, cual estrella de mar, a que Jeno terminase de ducharse para entrar a continuación (tuvimos que echarlo a suertes porque si no, ninguno de los dos dejaba nunca de ceder) y prepararnos para la última cena, sentía que a lo mejor ese pequeño empujoncito era justo lo que necesitaba para volver a sentirme yo mismo junto a él. Por supuesto, todavía sentía que quedaban muchas cosas sin decir entre nosotros, y que le debía una disculpa mucho más sincera que la que le había vomitado sobre la nieve, pero un paso era un paso.

O eso estoy pensando, hasta que Jeno sale del baño con solo una toalla enredada en la cintura y el pelo húmedo goteando, y de repente quiero salir corriendo de allí.

—Ya puedes entrar —me informa peinándose hacia atrás—, pero, ¿puedes no cerrar la puerta con llave porfa? Para que pueda entrar a arreglarme y eso mientras. Prometo no mirar.

Digo que sí a todo sin escuchar realmente nada, porque soy incapaz de coordinar mis sentidos con mis estímulos mientras le veo pasar por delante de mí hasta el armario de los trajes, abrirlo, y alargar la mano para sacar uno de la percha, con todos los músculos que se pueden tensar en su espalda y su cintura marcándose.

Está igual o incluso más bueno que la primera vez que le vi aquel día en la piscina, es increíble.

Tomo mi muda de ropa limpia junto al traje que tengo preparados a mi lado desde hace rato y salgo disparado al baño, donde me meto en la ducha (también gigante como la cama, aquí caben hasta cuatro personas) con ropa y me desvisto arrojándola fuera por arriba. Que piense que soy un guarro ahora mismo me da igual, las verdaderas guarradas me las estoy imaginando en mi cabeza.

Me ducho lo más rápido que puedo, de cara a la pared de la ducha porque a pesar de que la mampara sea de un tono opaco me da demasiado pudor saber que está en la misma habitación que yo por el pequeño ruido que hace cada vez que entra y sale. Cuando termino, cierro el grifo y espero que el silencio prolongado le ayude a captar la indirecta.

Y de nuevo, Jeno lo entiende:

—¿Ya has terminado? Espera, me salgo.

Son este tipo de detalles, y no lo típico de "somos hombres, no hay vergüenza" o "el otro día te hice una paja", los que me hacen suspirar por él, porque siempre parece entenderme a la perfección sin que tenga que decir nada.

Salgo de la ducha, me pongo una toalla, y abro la ventana para que el aire gélido del ocaso limpie rápido el vapor en los espejos. Me seco y me visto rápido, aunque no vayamos con prisas no me gusta acaparar el baño mucho rato, menos aún cuando sé que él está fuera esperándome. Me sacudo con una toalla el exceso de agua en mi pelo sin que me importe que pequeñas gotas humedezcan el cuello de mi camisa blanca, y abro la puerta del baño.

—Ya casi esto-

Y nada me prepara para la vista que es Jeno, con su traje también ya puesto, poniéndose, o intentando ponerse la corbata frente al espejo de cuerpo entero al lado de la cama. Se ha partido el pelo por la mitad, ha levantado un lado con gomina y el otro lo ha dejado caer sobre su frente, en una ligera y perfecta curva. El traje negro que ha elegido al final le queda entallado por los mejores sitios, acentuando tan bien la silueta de sus hombros anchos y su cintura estrecha que no me puedo ni mover cuando me capta a través del reflejo del espejo y me sonríe con una hilera perfecta de dientes blancos. El capullo sabe perfectamente que estoy perdiendo la cabeza por él y solo se le ocurre sonreír en vez de venir hasta aquí y comerme la boca.

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