Oh my God

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Siempre he sido alguien que cree que en la vida, las cosas suceden por una razón. Que si ese tren para el que habías corrido hasta que tu garganta ardía se iba en tu cara, era porque no estabas destinado a tomarlo. Que si ese gato negro que habías visto por la calle te distraía y acababas perdido en otro vecindario, era porque estabas destinado a hacer un desvío. Que si, como me había ocurrido a mí esta mañana, te dejabas la tarjeta de transporte en casa y tenías que subir a por ella como alma que lleva el diablo porque ya ibas tarde a la universidad, era porque algo especial te estaba esperando. 

O a lo mejor todo esto me lo estaba inventando y solo eran meras excusas para justificar mi tonta y despistada cabeza. Pero oye, a mí me funcionaba mi propia lógica.

Lo había heredado de mi abuela, seguro. Ella creía en los astros y esas cosas raras que les gustan a los jóvenes de hoy en día, pero al mismo tiempo era la primera persona en mandar a la mierda todo aquello cuando las cosas no iban a su favor.

En pocas palabras, yo creía en el destino. Y por ello, no supe qué fue exactamente lo que lo provocó, pero cuando aquella helada mañana me olvidé la tarjeta de transporte que siempre colgaba en el picaporte de mi cuarto, o cuando me topé con un gatito negro, haciendo que perdiese 5 minutos al intentar hacerle una foto en condiciones (sin éxito porque era tan negro que mi cámara no lo llegó a enfocar) y llegué tarde a la estación de trenes, subiéndome de chiripa al que tomaba todos los días para ir a la uni bajo el ruido ensordecedor de los pitidos que anunciaban el cierre de puertas; en el momento en el que puse un primer pie dentro del vagón y levanté la mirada, topándome con ese par ojos negros curiosos enmarcados en gafas de pasta del mismo color, entendí que aquello estaba destinado a ocurrir.

La puerta se cerró con fuerza tras de mí, dejando mi cuerpo aprisionado entre el suyo y mi mochila a la espalda. El rostro de Lee Jeno, a centímetros del mío, estaba demasiado cerca para mi confort, y a pesar de que intenté huir de su mirada echándome a un lado u otro, moverse en el vagón fue tarea imposible, pues estábamos rodeados de personas que luchaban por encontrar su propio hueco. Era, cuanto menos, asfixiante.

— Hola. —Su voz grave llamó mi atención y sentí el calor bochornoso ascender por mi cuello hasta mis mejillas en el momento que mi rostro giró demasiado rápido, a punto de chocar con el suyo. En un acto reflejo ambos echamos el cuello hacia atrás, y yo escondí mis manos a mi espalda desesperado por hacerme lo más pequeño contra la puerta del tren.

— H-Hola. Otro día como sardinas en lata... ¿eh? —Solté lo primero que pasó por mi mente intentando sonar lo más amistoso pero sin pensarlo demasiado. Él asintió y frunció los labios en una sonrisa empática, y al darme cuenta de lo que le estaba haciendo aparté la mirada para ojear con desesperación el vagón, intentando por todos los medios concentrarme en otra cosa que no fuera la sensación de sus ojos afilados sobre los míos o el recuerdo de sus labios gruesos a escasos centímetros de los míos. Al menos había conseguido construir un pequeño espacio entre los dos y mi cuerpo ya no estaba en riesgo de rozar el suyo, aunque la sensación fuera de cualquier forma asfixiante.

Oí unas risitas femeninas a mi lado derecho y al ladear la cabeza observé a varias chicas con uniforme de instituto riendo por lo bajinis de alguna tontería, hasta que una de ellas con el pelo corto negro cubriéndole casi toda la cara hizo contacto visual conmigo y su semblante se tornó serio de repente, seguido uno a uno por el de sus amigas, dejándome trastornado con sus muecas serias. Jodidamente creepy.

Dios, por esto odiaba tener clase todos los días en horas puntas. Da igual lo temprano que llegases a la estación, siempre te ibas a encontrar con que el tren ya venía abarrotado o te tenías que especializar en dar codazos de forma sutil para poder hacerte un sitio al subir al vagón.

My First And Last | NominWhere stories live. Discover now