Capítulo 19. Parte 2

41 4 5
                                    

La muchacha se dirigió al ala este del castillo, donde de pequeña nunca se le permitió entrar pues estaba prohibido por el marqués. Rápidamente la noticia de su estancia en el castillo llegó a oídos de Honorina la cual se apresuró a arreglar el cuarto para ella.

-Mi niña. -Dijo mientras ayudaba a las criadas a asear la gran recámara. Su madre había compartido una gran recámara con su padre dividida a la mitad pero podía accederse a través de una puerta, muy al nefasto estilo inglés, pero tenía otra gran recámara en el ala este para su sólo disfrute. -Si hubieras avisado con tiempo, podría haberte preparado mejor la habitación. No sé qué le has dicho al marqués que haya cambiado tan drásticamente su opinión sobre ti, querida. -La anciana mujer que había sido como su segunda madre la miraba con alegría porque quizás pensaba que las cosas serían como debían haber sido. Eleanor no puedo hacer más que sacarla de su error luego que despidiera con la cabeza a las criadas.

-No te confundas, Honorina, sólo estoy temporalmente para resolver asuntos, al marqués y a mí nos conviene llevar la fiesta en paz, pero no creas Honorina que olvidaré que es lo que hago, ni todo lo que he sufrido todos estos años.

-Mi niña, que el marqués te haya aceptado es una oportunidad, puedes...

-No hablaré más del tema, Honorina. -Dijo Eleanor interrumpiéndola

-Como desees, muchacha. -Dijo Honorina con tristeza.

-No era mi intención ofenderte Honorina, pero esto es algo que no estoy lista para hablar. Busco venganza. -La criada se tapó la boca con ambas manos en señal de asombro y espanto.

-Muchacha, eso no es bueno..

-Lo sé, no me des más sermones Honorina, pues yo no tengo fé en el Dios que vosotros adoran, el mismo que permite que mis madres sufrieran de tal manera, y si en verdad existe verdaderamente sólo favorece a quienes cargan pelotas.

-Muchacha, que blasfemias dices. Dios es bueno con todos nosotros, estás viva niña, no moriste ayer cuando pudiste hacerlo...

-No morí porque ni en el infierno me han de querer. -Interrumpió nuevamente Eleanor con sorna.

-¡Muchacha! ¡Dios te perdone! ¡Si tu madre te escuchara se revolvería en su tumba! Ella era una católica muy devota.

-Y de lo mucho que le sirvió. -Dijo Eleanor con amargura.

-Muchacha. No tienes fé. -Dijo la anciana desilusionada.

-No. No la tengo. No sirve de nada tenerla en un mundo como éste.

-La fé es lo único que nos queda, niña querida, cuando no nos queda nada siempre tendremos la fé. -Honorina intentó consolarla pero la muchacha era muy fuerte y reacia a demostrar sus sentimientos.

-Honorina, recuerdas el piano de mi madre, me gustaría que alguien lo afinase para mí. -Mencionó ella al recordar las arduas clases que Anne le daba para que pudiese aprender el piano, pero Eleanor tenía una cabeza tan hueca que todo lo que aprendía se le iba. Hasta que con una nueva técnica, ambas aprendieron a tocarlo perfectamente. Eleanor tenía un muy bella voz, y tarareando la melodía quedaba guardado en su mente las notas de la melodía.

-Claro mi niña, ahora mismo. -Se apresuró la anciana con alegría de que su niña quisiese revivir viejos tiempos.

Eleanor se sentó en aquella gran cama en la que podían caber más de diez personas y admiró el lugar. Las lágrimas amenazaban con brotar de sus ojos al recordar su pequeño catre en su cabaña, no exenta de bichos y animales rastreros. Todo esto le había sido negado. Pero entendió que estaba bien. Haber vivido lo que vivió le había llevado a lo que era en ese momento. Una guerrera en vez de una moza que solo soñara con encontrar marido y comprar ropa. Ella era una gran mujer, aunque los hombres no apreciaran la valentía de una mujer, pues los hacía sentirse inferiores. Eleanor se reía de tal pensamiento absurdo de quienes cargaban sus miembros reproductores por fuera. Tal vez por eso insistían en que la mujer fuera menos que nada, porque su orgullo se hería con cualquier cosa y si alguien podía demostrar que una mujer era tan buena o mejor que ellos en alguna cosa ya habrían perdido su honor. Quizá algún día las cosas pudiesen ser diferentes. Recordó al hombre que ocupaba casi siempre su mente. El conde. Se preguntó con tristeza como podría alguien como él amar a alguien tan insignificante como ella. Hasta había hablado de matrimonio, y ella misma se había reído en su cara, era imposible, tan sólo en sus sueños se permitía ser feliz. Ahora ciertamente no podía, estaba en guerra, se había dado la primer batalla y Mursfhite ya había ordenado la muerte a los rebeldes que había diezmado su ejército, aunque los rebeldes eran quienes habían sufrido más bajas.

LA LOBA VINTERIWhere stories live. Discover now