Capítulo 32. El secuestro.

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-¡Debemos sacarlo de aquí! -Susurró la loba con indignación.

-No podemos hacerlo ahora, sé que esta es la única forma de que él salga de aquí, Nor. Ese bastardo de Mursfhite jamás cumple su palabra pero no será esta noche. Te descubrirás. -Señaló Andro con sinceridad. -Será mejor cuando te vayas y él rey no pueda culparte, sino te arrestará a ti también y ambos morirán.

-¡¡No puedo dejarlo aquí!! -Gritó Eleanor sin poder contenerse y de inmediato tapó su boca al creer que por su imprudencia serían descubiertos, lo cual en todos  sus años como mercenaria no había sucedido.

-Nor, piensa con la cabeza fría. El bastardo ha jugado bien sus cartas y está controlando tus emociones a través del condesito. Y si quieres ganarle y vencerlo en sus propias narices déjanos a nosotros encargarnos de sacar al conde de aquí.

Eleanor asintió derrotada.

-No quiero dejarlo, Andro. Me duele mucho verlo así. -Ella se inclinó desde afuera de las enormes rejas hacia donde se encontraba el conde sentado e inconsciente, aunque no lo suficiente lejos como para no alcanzar su mano.

-No tenemos opción. Debemos irnos ahora. -Andro la miró fijamente mientras sufría por ella.

-Te amo, Maximilien. Mi corazón, no te abandonaré. -Acarició la mano del conde y sus nudillos con ternura. Su enorme mano de dedos largos contrastaba con la pequeña pero larga mano de ella. Aunque él estaba inconsciente se movió y apretó la mano de Eleanor mientras esbozaba una casi imperceptible sonrisa.

Temiendo Eleanor perder el coraje si se quedaba a verlo más tiempo se levantó y a pasos rápidos mirando por última vez al conde se dirigió hacia un soldado medio adormilado y atontado por la droga y lo levantó en vilo llevándolo hasta una celda vacía y abierta.

-¿Quienes fueron? -Preguntó con una expresión fría empezó a cortar con un puñal parte del rostro del hombre levemente. -¿Quienes han dejado al conde en esa condición?

-Yo no... sé. -Respondió el soldado tembloroso pues estaba atado con la fuerza de Andro y el puñal de la loba rasgando su mejilla. -No se... quien ha sido, lo juro.

-Pues es una pena. -Dijo cortando su rosto más profundamente y golpeando su estómago.

-Han Sido Rupert y Teófilo. Por órdenes del rey. -Gritó el cobarde. 

El rey. Una vez más ese bastardo pagaría por haber lastimado a su hombre.

-¿Dónde están? -Le cuestionó apretando el puñal sobre su cuello a dónde llegaban gotas de sangre por las heridas de su rostro.

El soldado se asustó al ver el rostro tan frío de su atacante y un escalofrío recorrió su espalda. -Yo no estaba allí, se lo juro. Yo llegué para el turno nocturno. -Intentó excusarse. -Yo no tengo nada que ver con ese hombre.

-¿Cual es tu nombre? -Le preguntó.

-Yo... Hernán. Me llamo Hernán repitió al sentir un golpe en el abdomen.

-Escúchame bien maldito cobarde, si el conde no se recupera o le da fiebre por el frío, buscaré tu cabeza y la colgaré en una estaca. Pero antes de eso te haré lo mismo que le han hecho tus amigos a él. Así que más te vale brindarle al coronel los cuidados adecuados para que no le pase nada.

LA LOBA VINTERIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora