Capítulo 18 - REFLEXIONES DE UN HUMANO HETEROSEXUAL

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METROSEXUALIDAD

Llegó junto con los móviles, la tarifa plana de internet, los pantalones thailandeses, la PlayStation 2 y los atentados del once de septiembre. Ahora, a un tío que se depila el cuerpo, que va a la peluquería como mínimo un par de veces al mes, que se hace las cejas, que se deja una pasta en ropa de marca y que usa gafas de sol como las que llevan los travestis no se le considera que sea maricón... sino que se le reconoce como metrosexual, cuando en realidad viene a ser lo mismo de siempre: un palomaco del quince y con todas las de la ley. ¿Cómo es posible que el resto de la humanidad sea incapaz de darse cuenta de que lo que nos están vendiendo como metrosexualidad no es más que un completo embuste; de que todas esas prácticas antes mencionadas son más propias del género femenino que del masculino? No sé vosotros... pero yo no me fío para nada de un tío que se depila el ojete, pues una cosa es ser un poco vanidoso y pichabrava en plan Bertín Osborne o Sean Connery... pero otra muy distinta es poner un pie fuera del ámbito de tu condición heterosexual de una forma tan descarada y evidente que consigue confundir incluso a los mismísimos homosexuales.

En efecto, un hombre que se reconozca a sí mismo como metrosexual siempre será un maricón en potencia. Ellos te dirán que no, incluso si el pavo está casado su mujer lo negará, pero no me cabe ninguna duda al respecto de que en la psique de esos tíos presumidos se albergan deseos de penetración múltiple a cargo de grandes negros musculados, o duchas con amigos íntimos en las que terminarán besuqueándose con lengua y magreándose los paquetes mutuamente. Se conoce de sobras que la naturaleza del ser humano es así de aleatoria e imprevisible. En principio los metrosexuales, salvando lo evidente de su apariencia, no tienen por qué presentar indicios de pluma... aunque sí podrán observárseles pequeños gestos involuntarios y característicos que les delatarán, tales como: asustarse de las palomas, estornudar poniéndose el pañuelo delante de la boca o levantar el dedo meñique cuando se disponen a beber de un vaso o una jarra. La tendencia a la sodomía, su pasión oculta por la pornografía homosexual o transexual y su predilección por los discos de Madonna o los Pet shop boys deberá mantenerse siempre en el más riguroso de los secretos; muchos de ellos llegarán incluso a contraer matrimonio por tal de salvaguardar su imagen pública. Así pues, podemos afirmar con certeza que los metrosexuales son maricones o, como mínimo, admiradores de la condición homosexual... y tal vez pasen varios años esperan-do a que llegue algún maromo que les sobe el culo para soltarse finalmente la melena y abandonarse a los placeres del indecente empeluque. Lo gracioso es que encima se ofenden cuando les dices a la cara que son maricones... ¡Por favor! Eso es como el que me va de hippie por la vida y luego resulta que vive con sus padres, que encima afirman ser socialistas, en un inmenso chalet de La Moraleja; también como esos chavales que van de punkis calimocheros y luego son incapaces de salir de casa sin su Iphone; o como esos que se las dan de ecologistas y después tiran la bolsa del Mc menú por la ventanilla del coche cuando cogen la autopista a toda castaña en dirección a cualquier chiringuito chill-out mierdoso de los que hay a pie de playa yendo para Mataró ¡Son maricones, por el amor de dios! ¿Qué ha pasado con los hombres de verdad que reivindicaba Alaska? ¿Dónde se encuentran ahora los verdaderos modelos a seguir para los chavales que están subiendo? ¿Qué ha sido de aquellos padres que te llevaban de putas para hacerte un hombre y, sobre todo, por qué tuvo que desaparecer el servicio militar obligatorio? Cierto es que lo del servicio militar era una auténtica putada y que prácticamente todos tratamos de evitarlo pidiendo prórrogas por estudios hasta que por fin se desestimó su obligatoriedad... pero también es cierto que a más de uno le vendría bien hacer la mili para espabilar de una puta vez, que está el país copado de inútiles que da puto asco verlo.

Podría decirse que a día de hoy los hombres como tal están desapareciendo, que se encuentran prácticamente en peligro de extinción... y la culpa de todo la tiene sin duda la metrosexualidad emergente. Cierto es que, históricamente, a la facción masculina de la humanidad se le podrían reprochar muchísimos abusos por su parte... pero ahora que están perdiéndose los valores fundamentales de lo varonil y lo masculino resulta obvio que los cimientos de la selección natural se tambalean bajo nuestros pies. No tiene ninguna lógica el que hombres y mujeres tan sólo puedan diferenciarse por su genitalidad. El culto al cuerpo y a la imagen, principal fundamento de la metrosexualidad, ha contribuido a que el ente masculino desarrolle un componente que desde siempre ha sido propiedad y usufructo de las mujeres: la vanidad. Con la promesa de obtener una existencia más satisfactoria a través de colmarla con todo el placer sexual posible, proliferan hoy sin control los vagos, los cobardes, los irresponsables, los huelebragas, los mojigatos, los vanidosos, los pajilleros y toda clase de pervertidos completamente deplorables. Dichos calificativos no son sino la descripción opuesta de lo que cualquier mujer esperaría de un hombre. No me extraña que las féminas se desesperen, vivan confundidas y completamente desengañadas. "Los buenos ya están pillados, y los guapos siempre son gays" se lamentan. Me hace gracia también el que haya tios que se pregunten qué es lo que les gusta a las mujeres ¡Habrase visto! ¡A las mujeres les gustan los hombres, joder! ¡Justo lo contrario de lo que sois vosotros! ¿Qué es lo que sucede? ¿Qué estamos haciendo mal? La respuesta es harto lógica: la sociedad al completo está abrazando el componente femenino cuando en realidad debería existir un mínimo equilibrio entre ambos sexos. Cada día hay más lesbianas, y no es de extrañar, pues el orden natural exige que haya alguien que se ocupe de ejercer el rol masculino, aunque estos no sean precisamente los hombres. Ya ves, os pasáis el día metidos en el gimnasio o yendo a ligar para alimentar vuestro ego, total, para terminar chupándoos las pollas mutuamente cuando salís de la discoteca a las tantas de la madrugada sin haberos comido un puñetero rosco. ¡Basta ya! Lo que piden las mujeres es que seáis hombres, cojones. Que seáis trabajadores, decididos, justos, leales, impulsivos, aventureros, emprendedores, valientes, responsables y con vuestro punto de arrogancia. El problema reside en la desmedida importancia que se le está otorgando al sexo en nuestra cultura occidental. El sexo no es sino la coartada del amor, que a su vez es sólo una trampa para tener hijos. Los que lo consiguen viven en un constante contrasentido; casados, con amantes, yéndose también de putas, creando y desmembrando familias, cambiando de pareja sin parar y desatendiendo con ello su función paternal. Mucho culto a la imagen, mucha apariencia física pero ningún trasfondo detrás; nada, ni un poquito de alma o un mínimo de impronta.

Follar es sin duda una necesidad fisiológica. Quizá no tan primordial como puede serlo respirar, comer, beber o cagar; ciertamente es secundaria, pues, contrariamente a lo que sucede con las anteriores, uno puede vivir sin follar. Nuestro cuerpo pide sexo; necesita descargar –en el caso de los hombres– esperma, porque lo tiene acumulado en sus reservas y porque una fuerte carga hormonal que despunta en la pubertad llamada testosterona se encargará de provocar en nosotros el irrefrenable deseo sexual, ese impulso de atracción animal hacia las féminas de nuestra especie que nos induce a un constante estado de ansiedad por tal de alcanzar el indescriptible placer de la cópula. Y he ahí una nueva trampa de la naturaleza, pues el placer sexual que todos perseguimos ávidamente provoca en con-secuencia la reproducción. Además, dicha necesidad está, como otros muchos aspectos dentro de la conducta en los seres humanos, socializada, pues se desarrolla dentro de unos códigos de comportamiento y unos roles establecidos. Existe, ciertamente, un sustrato instintivo muy grande que rige las relaciones sexuales. Se puede constatar cómo, por ejemplo, tamizado por nuestra cultura, las hembras heterosexuales continúan siendo las que eligen –igual que sucede con el resto de las especies– mientras que los machos no. Las hembras copularán instintivamente con aquellos que sean dominantes dentro de la mana-da. La dominancia entre los humanos responde a ciertos cánones socioculturales, que no son necesariamente el portento físico, aunque sí la belleza, entendida como simetría de las formas corporales y sinónimo de salud. Es decir, hombres y mujeres encontramos bellos a quienes nuestros cerebros nos dicen que son sanos y aptos para la reproducción. Pero a lo que iba, de esa necesidad que tendría que ser algo fácil de resolver, como por ejemplo comer, sucede que para muchos es prácticamente un imposible. Entre cualquier especie animal, el 90% de los machos no llega a copular nunca en su vida. En cambio, práctica-mente todas las hembras son montadas. Entre los humanos es-te índice no es tan amplio debido mayormente a que los maricones del espacio crearon la institución del matrimonio y propagaron la virtud de la monogamia. De lo contrario, tan sólo copularían los hombres más fornidos y atractivos, tanto por su aspecto físico –que viene a ser un 50% de la atracción que generan– como por su personalidad arrolladora, confianza en sí mismos, dotes de liderazgo, posición dentro del grupo o categoría social basada en su situación económica, prestigio y popularidad. Esos hombres con carisma, digamos, atraen a la inmensa mayoría de las mujeres, que tienden a ignorar a los segundones, aquellos que por su actitud no llaman la atención ni destacan por su atractivo físico o su forma de ser no es lo suficientemente agresiva; no en el sentido de violenta sino de viril, desafiante y masculina. Los denominados Machos alfa (cuyo nombre se tomó a partir de una prestigiosa marca de chaquetas bómbers) copularán con la inmensa mayoría de las mujeres mientras el resto, tras arduos esfuerzos, tendrá que conformarse si aún logra conseguir los pocos restos remanentes del banquete sexual. La frustración que se genera en estos individuos –la mayoría de los pardillos que componen la sociedad alienada y victimista– les provocará una profunda sensación de insatisfacción vital y una obcecada obsesión por el sexo, ya que carecen de él y sienten que lo necesitan, llegando a hacer de esta necesidad el único centro de sus inquietudes y pensamientos. Cuanto menos atractivo es un hombre, tanto más deberá luchar por tal de conseguir tener sexo con una mujer. Dando lástima o tentándolas a prestarse mediante halagos y favores sólo les llevará a derrochar una inmensa cantidad de su tiempo, dinero, ingenio y recursos por tal de conseguir esa meta, muchas de las veces infructuosamente. Los hay, a cientos de miles, que recurrirán al pagafantismo, al huelebraguismo, al lametaconismo y al patetismo en definitiva. En esta faceta de sus vidas, movidos por la desesperación, se vuelven auténticos mendigos del amor. Se arrastran cual gusanos suplicantes por una mísera oportunidad de poder copular, ocultando torpemente sus verdaderas intenciones mediante supuestos intereses en conocer a la otra persona y profundizar en su relación con ella. Finalmente acabarán, como prácticamente todos, cediendo al chantaje de un compromiso legal, endeudándose con ello de por vida.

La verdadera razón de la obsesión por el sexo es que para muchos resulta ser una auténtica odisea en pos de conseguirlo y, total, al final terminarán pagándolo muy caro. Unos recurren a los servicios de prostitución y otros contraen matrimonio, que no deja de ser la forma de prostitución encubierta que llevan a cabo quienes ofrecen sexo a cambio de otro tipo de prestaciones y no por el mero hecho del placer sexual compartido. Así es como funciona nuestra sociedad.

Por lo tanto, tú, pajillero: Si no eres un verdadero macho alfa, casi mejor que pases del sexo en lugar de entrar a un juego donde llevas todas las de perder desde el principio. Por eso concluyo que, no es feliz el que más folla... sino el que menos lo necesita.

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Plagiando descaradamente al excelso Aldono (Burbuja.info)

CHAPARRÓN DE POLLASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora