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Capítulo 6.

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Capítulo 6: ¿Y si jugamos a las enfermeras?

Al menos así podría devolver el paraguas.

Me detuve frente a la puerta, sintiéndome repentinamente nerviosa, quizás un poco histérica. Me empezaron a sudar un poco los dedos y todo.

Presioné el timbre y esperé.

Esperé cinco minutos de reloj sin que nadie respondiese al otro lado.

Las cosas se estaban volviendo extrañas a mayor velocidad de la esperada. Probé a abrir la puerta y esta cedió, sin emitir el más mínimo chasquido. Me asomé al interior de la casa, sumida en un silencio sepulcral y espeluznante.

El vello del cuello se me erizó.

—¿Hola?

Se escuchó un golpe en el piso de arriba. Lo más lógico sería salir por patas de allí como alma que lleva el diablo, no obstante, la curiosidad me burbujeó en el estómago e impulsó a dar un paso al interior. Procuré ser lo más silenciosa posible, desplazándome de puntillas.

No había nadie en casa, o al menos, eso parecía.

Hasta que escuché un nuevo golpe procedente de una habitación situada cerca del baño de la planta de arriba. Hice sonar mis nudillos sobre ella.

—¿Manuel?

—Ajá.

Terminé de empujar la puerta y me colé en el interior de la habitación del chico. Una vez dentro, sufrí una pequeña crisis debida a la gran suma de información que fue lanzada directamente contra mi cara.

Primer punto: Manuel se encontraba sentado al borde la cama, vestido con unos pantalones de algodón grises, ¡y ya! No llevaba parte de arriba a pesar de que estaba tiritando.

Segundo punto: una vez que alejé mis hormonas y pude recaer en su aspecto, me di cuenta de que estaba enfermo. Tenía las mejillas arremolinadas por un rubor no muy saludable, el cabello apelmazado por el sudor y las ojeras acentuando el verde líquido de sus ojos.

Alzó la vista y una sonrisa cansada tiró de la comisura de sus labios.

—Madre mía, vecina, ¿no podrías haberte puesto algo más sexy para hacer de enfermera?

Parpadeé.

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La enfermedad no había hecho mella en su peculiar humor.

—¡Idiota! —vociferé y no pude evitar chequear mi aspecto. Había salido tan precipitadamente de casa que llevaba el outfit mezclado. Conservaba la camiseta que escogí para ir al instituto, pero con unas mallas desgastadas solo válidas para la comodidad de mi casa—. Bueno, tú tampoco estás deslumbrante. Y no vengo a hacerte de enfermera, me has llamado, casi lloriqueando.

Trató de incorporarse, pero no lo logró. Aquello me hizo dar un paso hacia delante, extendiendo las manos como si se fuese a derrumbar en cualquier momento.

Se pasó una mano por los cabellos, despeinándose todavía más. Suspiró, tratando de recuperar la compostura, aunque era evidente que se encontraba fatal. Logró sacar fuerzas de flaqueza.

Elevó un dedo, iniciando una enumeración.

—¿Casi lloriqueando? Auch —marcó el dos—. No necesito ropa para estar impresionante. Te he llamado porque no puedo levantarme de la cama y un hombre debe aprender a aceptar sus limitaciones. Yo... necesito ayuda.

Mi ceño se hundió con incomprensión.

—¿Y tus padres?

Manuel sonrió con desgana.

El vecino de enfrente © ✓Tempat cerita menjadi hidup. Temukan sekarang