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Capítulo 7.

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Capítulo 7: Malentendidos.

Lo de la tarde pasada fue un terrible error.

No por el hecho de haber franqueado un límite que ni siquiera sabía que existía. No, más bien por las consecuencias que acarreó mi alocado acto de caridad cuidando enfermos.

—¿Cómo que estás castigada?

Las cejas de Juan se alzaron con incredulidad en una expresión de pasmo que me arrancó un breve alzamiento de comisuras. Una especie de sonrisa diminuta y patética que se desvaneció cuando hice vibrar mis labios en un resoplido.

—Lo que escuchas. Todo el fin de semana, concretamente —pronuncié, resistiendo las ganas de poner los ojos en blanco—. Mi madre se enfadó porque llegué tarde a casa.

Mi mejor amigo incrementó su sorpresa, olvidándose unos instantes de los apuntes que tanto se esmeraba en repasar. Inclinó el cuerpo hacia delante, generando una burbuja de intimidad que creció a nuestro alrededor aislando lentamente el resto de los estímulos.

Su tono fue cauteloso.

—¿Y por qué llegaste tarde a casa?

Atrapé el labio inferior entre los dientes en un tic que iba escalando puestos de anecdótico a casi canibalismo. Durante unas décimas de segundo dudé. Dudé de si debía contarle la verdad, lo que, en realidad era absurdo.

Desbaraté la idea demencial de ocultar información a Juan por primera vez en nuestra larga amistad, apelando a mi sinceridad y a la confianza que me transmitía aquella cálida mirada.

—Es una locura —avisé, en un intento de justificar lo que estaba a punto de admitir en voz alta—. Ayer Manu, mi vecino, me llamó. Fue una llamada breve y extraña, que no entendí, lo único que logré sacar en claro era la urgencia, así que me acerqué pensando ¿y por qué no? —crispé los dedos para mantenerlos quietos y que dejasen de juguetear con el tejido de la camiseta—. Resultó que estaba muy enfermo y sus padres no estaban en casa, por lo que tuve que cuidarlo durante un par de horas... y se me hizo tarde. La versión que le di a mi madre es que estaba contigo —añadí, juzgando que se trataba de un dato importante para futuras conversaciones.

Había que tener todos los cabos de una mentira atados para que no se derrumbasen con un mínimo soplido de viento.

Comenzaba a perderme en las metáforas.

Juan permaneció en silencio durante un minuto que se sintió como toda una eternidad. Conforme transcurrían los segundos una tensión hasta entonces desconocida pareció crecer entre ambos. Mi corazón comenzó a latir de forma más abrupta, descolocándome.

Las oscuras y pobladas cejas de Juan se desplomaron en un ceño indescifrable.

—¿Qué? —soltó finalmente como si sus neuronas no hubieran asimilado la información que le brindé—. ¿Fuiste a casa de ese idiota para... cuidar de él?

Las gafas se resbalaron hasta quedar casi al borde de su nariz, pero no se molestó en reajustárselas, sino que me dirigió una mirada exigente, como necesitando una segunda corroboración de los acontecimientos.

—Sí... —murmuré en un hilo de voz, elevando los hombros en un gesto inocente— Te... ¿Te has enfadado?

Juan se apartó, rompiendo cualquier acercamiento y negó con la cabeza, firme.

—No.

Parpadeé, un poco perdida.

—Eso no ha sonado nada convincente —la protesta abandonó mis labios y me arrastré unos centímetros hasta que la yema de mi dedo índice presionó la punta de su nariz—. Sé que no tiene sentido. Pero me sentía... culpable, lo más seguro es que enfermase cuando nos prestó el paraguas.

El vecino de enfrente © ✓Tempat cerita menjadi hidup. Temukan sekarang