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Capítulo 10.

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Capítulo 10: Empieza el culebrón. 

Al día siguiente logré arañar unos gramos de compasión de mi madre y aceptó que Juan se pasara después de clase por casa.

Así que, de esa forma, me permití olvidarme del mundo y disfrutar de una relajada velada en compañía de mi mejor amigo como dos personas casi adultas y serias...

—¡No! ¡No! ¡No puede ser! —bramó el chico, con la frustración vibrando en sus cuerdas vocales.

Se puso en pie, en medio de tanta emoción y miró con los ojos desorbitados la pantalla donde mi personaje terminaba de destrozar a su avatar.

—¡Oh sí! ¡La victoria es mía! —clamé, alzando los brazos al cielo.

Juan me observó por encima de sus gafas, con expresión de cabreo. Mi sonrisa se amplificó, así como el entusiasmo que plasmé en mi baile de la victoria.

—Eres una tramposa —farfulló, dejándose caer en el sofá de mala gana.

Chasqueé la lengua, deteniendo mi alarde de destreza y lo observé, con los brazos en jarras, en una postura de dignidad absoluta.

—Puedes repetirlo las veces que sean necesarias, no será verdad. Tan solo te jode ser un paquete, admítelo. Lo de hacer trampas está muy trillada —comenté, relamiéndome en las palabras, aparentando profesionalidad.

Juan negó con la cabeza y atrapó mi muñeca con su mano, tirando de mí hacia abajo. Me choqué con el sofá, aún riéndome a carcajadas y respondí a su ataque, estampándole un cojín en pleno rostro. El castaño soltó una exclamación furiosa.

—¡Las gafas, idiota!

Me llevé las manos a la cara, taponándome las bocas, para sofocar mis carcajadas, pero su expresión asustada solo las alimentó más y más hasta que mi risa pasó a ser un chirrido similar al de una puerta mal engrasada. Me empezaron a doler los músculos faciales y el estómago y mi visión se tornó borrosa debido a las lágrimas.

—Yo... —jadeé, con dificultad, contrastando otro intento de carcajada— yo... lo... siento... lo siento mucho... no... no me había dado cuenta.

Juan asintió con una seriedad absoluta que no prometía nada bueno.

Se quitó las gafas, dejándolas civilizadamente sobre la mesa, al igual que el mando de la consola. Me arrebató el mío de las manos, pero no me encontraba en facultades de impedirlo mientras seguía ahogándome en mis propias risas.

—Te arrepentirás de eso.

Capté demasiado tarde la amenaza y no logré huir. Me sostuvo por la cintura, tirándome de espaldas sobre los cojines del sofá. Empecé a negar frenéticamente con la cabeza, aún sin aliento por la risa y moví las manos en movimientos poco coordinados para alejarlo, pero mis intentos fueron inútiles.

Sus dedos pellizcaron mi estómago y no pude más que retorcerme, medio chillando, sintiendo como el aire entraba de manera dolorosa en mis pulmones.

—¡Para! ¡Por favor! ¡Clemencia! —logré vociferar sin resistirme un segundo más.

—¿Te rindes? —presionó él, y la seguridad en su tono me repateó en mi lado competitivo.

Moví la cabeza en una afirmación, quedándome quieta, mientras él se apartaba unos centímetros. En el instante que bajó sus defensas me lancé sin piedad hacia delante, quedando estaba vez yo por encima y repliqué su tortura.

Juan sufrió unos espasmos propios de una persona electrocutada. Era fuerte y me costó mantenerme, pero no me rendí. A Amanda García nadie le ganaba a cabezota o competitiva.

El vecino de enfrente © ✓Where stories live. Discover now