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Capítulo 5.

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Capítulo 5: Tarde lluviosa. 

Pasó toda una semana de clase sin una incidencia mayor a la usual. Las cosas parecían haberse calmado lo suficiente como para mantener un ritmo de vida normal.

No volví a hablar con Manu desde el momento del porche.

—Esto debe ser una broma —esbocé una mueca de rendición, esforzándome por hablar lo más bajo que fui capaz—. No sé como me has liado para esto.

Juan se empujó las gafas que se le habían resbalado por el puente de la nariz y elevó sus cejas oscuras divertido.

—Solo estamos en la biblioteca haciendo los deberes de literatura.

Negué con la cabeza.

—Solo llevamos una semana en segundo de bachillerato y ya estamos en la biblioteca, ¿qué será de nosotros dentro de un mes?

—Lo averiguaremos entonces, ahora cállate y sigue trabajando —ordenó, señalando el folio en blanco que tenía frente a mí.

—Eres irritante —le saqué la lengua, afincada en mi mohín infantil.

Mi nivel de concentración nunca había sido uno de mis fuertes. Pude permanecer enfocada en la tarea durante unos cincuenta minutos aproximadamente antes de ponerme a pensar en otras cosas.

—¿Qué opinas de la excursión?

Juan alzó la cabeza, algo molesto. Me disculpé con una amplia sonrisa y un posterior batido de pestañas. Lo cierto es que era bastante aplicado, un poco empollón y no le gustaban que le interrumpiesen mientras hacía las tareas.

¡Pero ya no aguantaba más!

Él lo leyó en mi mirada ansiosa.

—Opino que mejor que nos saquen ahora que nunca. Dentro de unos meses todo será una locura —como siempre, tenía razón—. Aunque esta solo consista en pasearnos por el monte.

Arrugué la nariz, divertida.

—¿Algún problema con la naturaleza?

Juan hizo un mohín.

—Sabes que me quemo rápidamente.

—Ponte crema —pinché, con la intención de sacarlo aún más de quicio.

No funcionó. Me conocía demasiado bien y tenía trabajo suficiente, por lo que, ignoró el anzuelo cebado y se sumergió de nuevo en una productividad envidiable.

Entrecerré los ojos en su dirección, lapidando su actitud.

Como para mí en aquellos momentos era misión imposible volver a las tareas me incorporé con el fin de estirar un poco las piernas, tomar al aire y acabar con el embotamiento mental.

Mi sorpresa fue mayúscula cuando me percaté del brusco cambio de tiempo.

Antes de entrar a aquel antro el cielo mostraba un par de nubes dispersas que ahora se agrupaban en una densa capa grisácea que descargaba una fina pero contundente lluvia.

—Genial —mascullé en voz alta.

La fachada de la biblioteca disponía de un porche que cubría alrededor de cinco metros de largo, por lo que pude permanecer a cubierto. Eso no quitaba el hecho de que debía volver a casa, caminando bajo la lluvia como una pringada.

Me senté sobre el cemento y cerré los ojos unos segundos. Lo cierto es que el aire olía a humedad y la brisa fresca era agradable. Me centré en esos aspectos positivos. Tal vez cuando tuviese que irme ya había escampado y preocuparse por ello ahora, era ridículo.

El vecino de enfrente © ✓Where stories live. Discover now