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Capítulo 9.

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Capítulo 9: Tu amigo y vecino Spiderman. 

A veces me pregunta el porqué de no haber nacido varón; mi vida habría sido más sencilla, o, al menos, no sufriría esta clase de tortura.

Después del espectáculo ofrecido en el instituto, mi madre vino a recogerme y pude por fin disponer de la privacidad necesaria para regodearme tranquilamente en mi sufrimiento.

Me había tomado dos pastillas para el dolor, tenía un cojín de agua caliente sobre la zona afectada, estaba hecha un completo ovillo en la cama, escuchando música, y, aun así, me sentía rara.

Desde la aparición de los nuevos vecinos en el barrio mi vida parecía haber tomado un rumbo más errático, alejándose de una rutina ensayada y agradable.

Solo me levantaba para cambiarme la compresa.

En una de esas expediciones tardé un poco más de lo usual por una serie de problemas técnicos que no merece la pena mencionar. Dejo a la imaginación de cada cual completar mi desgracia.

Lo que me esperaba en mi habitación, me restó años de vida.

—¡Mierda! —solté, en un exabrupto. Me llevé una mano al pecho por el susto.

Jesús, María, José... Thor, o cualquier dios, profeta o virgen, ¡qué puto susto!

El causante de todo aquello tuvo el enrome descaro y los santos cojones de soltar una carcajada amplia y natural. Manuel se encontraba sentada sobre la silla de mi escritorio. Me fijé en que la ventana estaba algo más abierta, ¿acaso se había colado por allí? ¿Qué clase de Spiderman demente era mi vecino? Aparte de un acosador, por supuesto.

—Hola —saludó con simpleza y un tono inocente.

Entrecerré los ojos, aún medio histérica.

Solté lo primero que se me cruzó por la mente:

—¿Has entrado por la ventana?

Asintió, pacíficamente.

—Quería comprobar como estabas —comentó, no en un afán de justificarse, sino más bien como el que comenta el tiempo que hace—. ¿Cómo estás?

—A medio paso de un infarto.

Manu torció el gesto, divertido.

—Peor de lo que pensaba, menos mal que soy un estupendo enfermero.

Negué con la cabeza, avanzando hacia mi cama. Podía continuar con aquello sentada, estar de pie aún me dolía un poco.

—No he pedido tu ayuda, y, literalmente, has allanado mi casa —recalqué, extendiendo los brazos en un gesto exagerado antes de dejarme caer de espaldas, negando fervientemente con la cabeza—. No tienes una pizca de vergüenza.

—¿Tan difícil de creer es qué estuviera preocupado?

Dejé pasar unos segundos antes de responder:

—Sí.

Manu volvió a reírse. He de reconocer que era un sonido demasiado agradable, lo que era un fastidio, porque interfería con mi intención de cabrearme muchísimo con él. La verdad es que cada vez me resultaba más difícil enfadarme de manera contundente.

Seguía siendo peor que un grano en el trasero.

Irritante, fastidioso y exasperante, pero, de alguna forma retorcida, era como si me hubiese habituado a ello y lo normalizase, ¡lo que me perturbaba el doble!

—No debes entrar por ventanas ajenas. Se sigue un ritual de llamar a la puerta y esperar a que te den permiso para entrar, ¿sabes? —lo miré, un poco más relajada.

El vecino de enfrente © ✓Where stories live. Discover now