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Capítulo 8.

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Capítulo 8: La ley de Amanda.

 A la mañana siguiente me desperté con una sorpresa desagradable que elevó la expresión de levantarse con el pie izquierdo a niveles siderales.

Solté una maldición por lo bajo, rememorando cada ancestro hasta remontarme a los organismos unicelulares mientras arrancaba las sábanas manchadas de sangre. En mi mente se repetía incansablemente la misma petición.

Por favor, el colchón no.

Por favor, el colchó no.

Por favor, el col... ¡Me cago en la puta!

Contemplé la máxima expresión del desastre, ¡de la catástrofe mensual!

—Genial —mascullé, de un humor terrible y espabilada del todo.

Esa fue la razón por la que llegué tarde a clase. Me entretuve solucionando un asunto del que no era responsable directa, sino una pobre víctima de una situación muy similar a un castigo divino. Dramatizaba, pero ese solo fue el primer suceso en una mañana que se prometía horripilante.

Me presenté en el instituto con unos holgados pantalones del chándal, una coleta despeinada y sin una pizca de corrector que pudiera enmascarar las ojeras de una noche un poco movidita.

Después de un interminable desencuentro con el conserje pude incorporarme a la segunda hora.

—Parece que te ha atropellado el camión de la basura —comenté Juan cuando dejé caer mi trasero en el pupitre de su derecha.

Negué muy despacio con la cabeza.

—Eso habría sido considero. No, querido amigo varón. Estoy siendo brutalmente torturada por mis ovarios mientras que las paredes del endometrio de mi útero se desintegran y salen convertidas en una asquerosa masa sangrienta —recité.

Las cejas oscuras del chico se alzaron con impresión.

—Vaya. Pero si no es...

Lo corté con la mano.

—Sé que no es. La muy hija de puta se ha adelantado —suspiré—. Nunca puedes fiarte de ella. Y... antes de que preguntes, sí, vengo preparada.

Juan sonrió ante la broma privada.

Cuando estaba en sexto de primaria y era una completa novata en el asunto sufrí un accidente que no rememoraré por respeto a mi persona. A partir de ese día y en un arranque de compañerismo Juan llevaba unas cuantas compresas escondidas en el forro de su mochila.

No sabía de donde las sacaba.

Y era un misterio integrante que opté por dejar.

—Bueno. No te has perdido demasiado de la clase de inglés —terció, cambiando de tema inteligentemente—. De todas formas, puedo pasarte los apuntes.

Junté las manos, asintiendo.

—Eres un santo, no sé qué haría sin ti.

El chico me guiñó un ojo antes de subirse las gafas que, como era habitual, se habían resbalado por el puente de su nariz.

—Esa misma pregunta me hago yo.

Juan se quedó mirando un punto impreciso en el área de la punta de mi nariz. Lo contemplé con expectación mientras separaba los labios y adelante un dedo acusador.

—¿Eso no es una espinilla?

Solté el aire bruscamente por los pulmones.

—¿Qué? —me llevé los dedos notando la protuberancia. Tuve que ahogar un gemido cuando el roce me mandó una clara señal de dolor—. Lo que me faltaba, en serio, ¿puedo estar más desastrosa?

El vecino de enfrente © ✓Where stories live. Discover now