Cinco minutos

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Dylan

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Dylan

—Es otro nivel de idiota, Baverly. Con solo recordar su tonto rostro quiero darle la paliza de su vida. 

Luego de marcharse del mecánico se había quedado en casa de su amigo Trevor, a quien había puesto al día sobre su trágica noche del viernes, y con quien ya se había quejado de la misma manera en que se quejaba con Baverly en ese momento. Los tres iban en el auto de su amiga, quien había pasado a recogerlos sin nunca decirles a dónde iban, pero ninguno de los dos protestó. Aquello era típico de Bailey. Le encantaban las sorpresas y salir sin planear nada en concreto, por lo que obligaba a sus dos amigos a hacer exactamente lo mismo. 

Dylan había ganado el asiento del copiloto, mientras que Trevor tuvo que resignarse en ir atrás; sin embargo, se había asomado por entre los asientos para no perderse nada de la conversación, a pesar de que ya había escuchado los lloriqueos de Dylan toda la tarde. 

—Vive en el lado sur, Dylan, ¿cómo sabes que sería la paliza de su vida? —bufó su amiga. 

—Por el simple hecho de que soy yo quien se la dé —le respondió Dylan casi de inmediato. 

—Vamos, hombre, pero si ni te gusta la violencia —añadió Trevor—. ¿No es por eso que saliste del equipo de lacrosse? Además, apenas si puedes tirar un puñetazo que no se desvía hasta China. 

Él y Baverly rieron, pero Dylan no le encontraba la gracia. No era que el castaño tuviera tan mala coordinación. Tenía la fuerza, claro estaba, pero no tenía estrategia, lo que hacía fácil para cualquiera ganarle en una pelea. 

—Sabes que dejé el equipo por otras razones, Trev —se defendió. 

Ninguno de los dos volvió a mencionar nada más, pero no porque quisieran dejar el tema a un lado, sino porque aparentemente habían llegado a su destino. 

Dylan había estado tan sumergido en la conversación que ni siquiera se dio cuenta del camino que tomaban ni del sonido de la música sonando a todo volumen ni de las luces que parecían iluminar todo el vecindario. 

Baverly los había arrastrado a otra de las fiestas de sus compañeros de escuela, aun cuando sabía lo mucho que Dylan había comenzado a odiar cualquier tipo de fiesta. 

A Dylan se le cayó la cara de vergüenza cuando reconoció la casa en la que se desenvolvía el festejo. 

—¿Nos trajiste a la fiesta de Zoey? ¿Zoey Parker? 

Bailey rodó los ojos. 

—Vamos, Dylan. Es la última fiesta antes de entrar a la escuela —le insistió—. La última fiesta en la que realmente podemos festejar sin preocuparnos por proyectos o exámenes. Además, es nuestro penúltimo año. Deberíamos ir a todas las fiestas que se presenten, para que en último año nos inviten a todas. 

The CrashWhere stories live. Discover now