Traidor

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Kyle 

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Kyle 


«Mierda. Mierda. Mierda» repitió por millonésima vez.

Para ser viernes, la carretera estaba bastante vacía a esas horas y Kyle, por más que lo intentaba, no podía desacelerar. Quería estar lejos del lado norte lo más rápido posible. 

Una vez entró en el lado sur, paró el auto de a poco, quedándose a la mitad de la calle. 

 —¿Pero qué demonios acabo de hacer? —dijo en voz alta, dirigiéndose prácticamente a su perro—. ¿¡Pero qué demonios acabo de hacer!? —repitió, golpeando su frente contra el timón. 

Kyle volvió a recostarse en el respaldo y se llevó las manos al rostro, pidiéndole a todos los dioses que por favor aquello solo fuera un sueño o que pudiera retroceder en el tiempo y cambiar las cosas. 

—Maldita sea —murmulló entre dientes. 

Lo peor de todo aquello era que, Kyle no se maldecía por besar a Dylan. Estaba lejos de despreciar aquel beso. Es más... le había fascinado. 

El castaño besaba terriblemente bien y una vez el chico se había inclinado sobre los labios de Kyle, él por fin se dio cuenta de lo mucho que quiso hacer eso. Y fue como besar dos pedazos de cielo. 

Se mordió el labio inferior y sonrió muy ligeramente al recordar lo sucedido. 

No había querido admitirlo, pero ya no podía negarlo: Dylan le encantaba. Le gustaba demasiado. Era por eso que se ponía tan nervioso siempre que estaba con él y aun así quería estar las veinticuatro horas con el castaño, pero no quería agobiarlo y por eso había intentado ser distante. 

Lamentablemente había fallado. 

Se volvió al lado del copiloto, en donde su perro le regresaba la mirada. Seguro solo era la consciencia de Kyle hablando, pero la expresión de Fender parecía decir «te lo dije». Y él recordaba lo que le dijo a su perro apenas una semana atrás. 

«No empieces con tonterías, Fender. Dylan es nuestro amigo. Además, sabes muy bien que no me gustan los chicos». 

Qué mentira tan descarada. 

No era que le gustaran los chicos. O al menos no lo creía, considerando que nunca se había fijado en uno, pero sí era cierto que le gustaba Dylan y ahora ya no podía negarlo. 

 —¿En qué lío me he metido? —le preguntó a su perro, quien solo le respondió con un pequeño ladrido. 

Así que no, no se arrepentía de haberlo besado. De lo que se arrepentía era de que, ahora sabía que Dylan sentía lo mismo por él. Hubiese sido todo más fácil si solo Kyle fuera el tonto enganchado de su amigo. Podría haberlo guardado en secreto, podría haberse conformado con solo admirar al castaño de lejos y estar cerca de él solo en sueños, pero no. Tenía que complicarse más de la cuenta. 

The CrashWhere stories live. Discover now