Sentimientos mutuos

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Kyle 

Eran cerca de las ocho cuando Bobby estaba por marcharse del taller. Kyle, por el otro lado, ni siquiera se había dado cuenta que ya había oscurecido. Tras la partida de Dylan, se puso los audífonos, con la música a todo volumen y se centró únicamente en terminar de trabajar en la motocicleta. Aquello fue como si se hubiese escrito en la espalda «no molestar», porque nadie pareció querer interrumpirlo. 

Hizo todo eso con la intención de sacar la conversación que tuvo con el chico de su cabeza, pero mientras más parecía concentrarse en su trabajo, más se colaba el recuerdo de Dylan en sus pensamientos. Aparentemente la única manera de sacarlo de su mete era saturar su cabeza con cosas banales para que no hubiese espacio para algo más. 

El enojo comenzó a crecer en él. Cada pensamiento con respecto al castaño terminaba siendo una leña más al fuego. Primero le molestaba haber sido tan tonto para besarlo, luego el haber sido un idiota por huir de la escena, por jugar al desaparecido todo el fin de semana, por lo mal que lo trató ese mismo día, porque sabía que el chico no se rendiría tan fácil. Sin embargo, la leña más grande de todas era el hecho de que, aquel beso con Dylan había sido el mejor de su vida y era el único que no podía permitirse disfrutar todos los días. 

¿Lo único bueno de esa furia contenida? Kyle por fin pudo terminar la motocicleta. 

No se dio cuenta de que su jefe lo estuvo llamando hasta que le tocó la espalda. Kyle dio un respingo. 

—Veo que está lista —observó Bobby, como dándole seguimiento a los pensamientos de Kyle. 

El chico por fin se levantó y admiró su trabajo. Parecía una motocicleta casi nueva. 

—¿Qué te parece?

Bobby rodeó el vehículo y fue asintiendo lentamente con la cabeza. 

—Tengo que reconocerlo, Kyle. Hiciste un gran trabajo —confesó, dándole unas palmadas en la espalda—. ¿Qué harás con ella? ¿Te la quedarás o la venderás?

El de ojos verdes se volvió al hombre, preguntándose si había escuchado bien. 

—¿Qué dices, Bobby? 

Su jefe, por el otro lado, lo que parecía confundirlo era que Kyle no comprendiera lo que le estaba diciendo. Como si fuera demasiado obvio. 

—La motocicleta es tuya, Montgomery —sentenció, con un tono de voz que daba a entender que no aceptaba comentarios o negaciones al respecto. 

Kyle, por primera vez en días, sonrió ampliamente. 

—¿Lo dices en serio? —preguntó, sintiéndose un niño pequeño en Navidad, sin poder creer lo que Santa le había traído de regalo. 

The CrashWhere stories live. Discover now