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Candy

―Tráeme un sexo en la playa, encanto ―pedí a uno de mis chicos, apoyando la uña de porcelana en la parte baja de su barbilla.

―Hay camareras por todas partes ―me dijo una tía que ya estaba sentada en mi mesa.

Parpadeé un par de veces, centrando la mirada en ella. Acababa de convertirse en mi ayudante involuntaria. Esa noche yo interpretaría el papel del mago y ella de cebo que atrajese la atención. Me incliné hacia delante en la mesa de Blackjack y me tomé un momento eterno para apartarme un rizo negro de la frente.

―¿Quieres uno, guapa? Parece que te falta un polvazo y mis chicos son expertos.

Pasé la uña sobre el pantalón de cuero de otro de ellos, para provocar a la quejica, más que nada.

―Lo que me gusta es que no haya esclavos ―replicó la puta descarada.

Me tomé un segundo, mientras recogía mi copa, para dirigirle una mirada que la desesperó.

―¿Eso significa que no vamos a acabar la noche azotándonos mutuamente, encanto?

Me miró fatal, pero esta vez se centró en sus cartas y me dejó en paz. Bob no fue tan atento.

―Dios, me habéis puesto a mil, menos mal que lo estoy grabando, porque quiero darme amor viendo eso...

―No grabes, gilipollas ―le regañó Alay antes de que yo pudiera hacerlo.

―Oh, aguafiestas... ―se quejó Bob.

Yo desconecté de ellos. Si los escuchaba seguro que perdía la concentración. Le hice un gesto a uno de mis esclavos, que empezó a masajearme los hombros enseguida, mientras otro me sujetaba la copa cuando dejaba de beber. Tenía a mi ayudante desesperada.

―Jade, necesito visual ―le pidió Ethan―. ¿Has colocado ya el dispositivo?

Me preocupé un poco por ella. Ojalá le hubiera podido mandar ayuda. La verdad es que la pobre tonta me tenía conquistada. Pensé que era una princesita mimada. ¡Yo quería odiarla, de verdad! Pero era valiente y muy inteligente, no se había dejado someter por Alay, ni por nadie. Estaba allí porque quería y me trataba como si fuera su igual, sin tener en cuenta que ella era una princesa y yo una simple ladrona.

Además, las tías solían pensar que yo era una amenaza o una zorra. Así que Jade empezaba a gustarme mucho. La noche anterior con sus cuñadas, me había presentado como si fuera una amiga más y a mí se me caía un poco la baba con ella.

Esa chica era la indicada para Alay, no tenía dudas. Si alguien podía seguirnos el ritmo y calmar al jefe era ella. Y me daba igual las mañas que yo tuviera que hacer, las trampas y manipulaciones, pero esos dos acababan juntos como que yo me llamaba Natalie. Lo de mi nombre es otra historia, pero no importa.

―Estoy en ello, dadme dos minutos ―pidió ella.

―No sé si Candy aguantará tanto sin liarla... ―se burló Bob.

―Bob, cariño ―le llamé, centrando la vista en uno de los esclavos, para que la gente no sospechase―. Como no te concentres, voy a arrancarte las pelotas.

Mi nueva peor amiga soltó un jadeo, levantándose de la mesa de golpe. Vale, sí que iba a tardar poco en liarla. Pero sabía que era pronto. Si me echaban antes de tiempo, dejaría a mis compañeros sin protección.

―Tráeme algo con forma de barritas para comer, cariño ―le pedí a otro de los chicos con un azote en el culo, antes de subir mi apuesta, como si aquello no fuera conmigo.

Cuando vueles en alfombra - *COMPLETA* ☑️Where stories live. Discover now