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Lunes - Cinco días para el robo

Jade

―No me creo que seas de las que corren...

Estuve a punto de caerme de boca tras la acusación divertida de Candy. Paré bruscamente para poder centrarme en ella, aunque apenas la reconocí, si no me hubiera hablado, ni habría reparado en ella. Llevaba una peluca roja, unas gafas de sol enormes y un escote excesivamente exagerado para ser un lunes a las siete de la mañana. Además, junto a ella había un perrillo feísimo que me ladró un par de veces.

―¿Qué haces aquí a estas horas? ―pregunté confusa, rascándome el pelo estirado por la coleta―. Espera, ¿podemos hablar? ¿Debo darte la espalda para disimular?

―¿Eres tonta? ―dijo, con tanta seriedad que solo pude resoplar―. Siéntate, anda, me estás poniendo de los nervios.

Obedecí enseguida, aunque lo hice al lado contrario del diminuto perro que no dejaba de gruñirme. No entendía nada de animales, porque nunca había tenido tiempo ni estabilidad suficiente para interesarme por ellos, así que no conocía razas, pero tenía pinta de caro.

―¿Desde cuando tienes perro?

―No tengo... Es una larga historia. Bueno, no tan larga, lo he secuestrado y estoy haciendo tiempo para que los dueños le echen de menos. Luego lo llevaré de vuelta a su casa. Pertenece a la hija mimada de un señor mayor con mucho dinero al que espero poder sacar varios miles. ―Se bajó las enormes gafas de sol para guiñarme un ojo.

Yo me planteé seguir corriendo. ¿Por qué consideraba tan necesario hacerme partícipe de sus delitos? Me valía con que me hubiera dicho que era suyo, o que no. Quizá era culpa mía por preguntar...

―¿Y a Alay le parece bien que te dediques a... eso cuando en teoría deberíamos estar planeando... lo otro?

―Primero, Jade, querida, pareces haberte escapado de una película de espías. Nadie nos mira, no hace falta que hables en clave y, segundo, hace mucho que no tengo dueño. A Alay le importa muy poco lo que haga en mi tiempo libre. No es de mí de la que desconfiamos...

―Genial, gracias por la parte que me toca...

Me levanté de nuevo, colocándome la coleta para que me rozase el culo y preparándome para salir corriendo. No me hacía falta más explicaciones para saber que yo era de la que desconfiaban. Así que, con todo el mundo siguiéndome, mejor no pararme a hablar con la stripper ladrona de perros en medio de un parque atestado.

―No seas tan dramática, chica, que no pasa nada. Todos hemos estado en tu lugar. ¿Crees que Alay no desconfió de mí en su momento? O del resto, para el caso, ese hombre desconfiaría de su sombra si no la llevase pegada al culo...

Volví a sentarme como un resorte. Estaba claro que Candy conocía mucho más a Alay que yo. ¿No era un buen momento para sonsacar información? Eché un vistazo alrededor, pero no me pareció que nadie nos mirase de verdad. Yo había dado esquinazo a mis guardaespaldas al salir del hotel, así que tardarían en dar conmigo. Ni siquiera había cogido el móvil.

―¿Cómo es Alay? ―Fui directa al grano. Nunca me habían gustado mucho los rodeos.

―Te diré algo de él... ―Se bajó las gafas de sol para mirarme a los ojos―. Nunca da segundas oportunidades y, mucho menos, terceras. Jamás le he visto recular como ha hecho contigo. Lo que me impresiona y me molesta a partes iguales. ―Hizo un mohín encantador que me habría hecho suspirar de gustarme las mujeres.

Candy tenía un estilo muy... de bailarina de barra, pero, a la vez, tenía cierto aire inocente que producía un contraste encantadoramente peligroso para los hombres, seguro.

Cuando vueles en alfombra - *COMPLETA* ☑️Where stories live. Discover now