25

2.7K 357 13
                                    

Viernes

Jade

Por la mañana, al volver a la suite, Gabbs y Aysha estaban durmiendo. Así que me di una ducha, me cambié de ropa, garabateé una nota para decirles que estaba trabajando y me fui a la oficina.

Allí no trabajé mucho, pero pensé durante horas. ¿En qué punto estábamos Alay y yo? ¿En qué nos convertía habernos acostado? ¿Qué pasaría ahora? Yo sabía lo que quería, claro. Estaba enamorada de él, no lo dudé siquiera. Jamás había sentido nada... así. Pero ¿qué sentía él? ¿Qué pretendería después del robo?

Sabía que ellos se iban a largar de Las Vegas, eso me había quedado claro al ver sus tesoros. Estaban llevándoselos porque él se iba. ¿Y yo? Odiaba aquella ciudad, no quería estar allí desde antes. Y no tenía nada mejor que hacer, tampoco. Ayudaría a Lorcan e invertiría parte de mi botín en su empresa. Pero ¿luego qué? No tenía que estar en París para ello. Y, lo único que quería, en realidad, era estar cerca de Alay.

Quizá era imposible, una locura, una parte de mí me decía que tras el robo cada uno tomaría su camino y estos nos separarían inevitablemente. Pero ¿tenía que ser así? ¿Y si le decía directamente que quería quedarme con él? Había dicho que yo estaba dentro, sí, pero con él no se sabía. Además, estar en su banda y estar con él no tenía por qué significar lo mismo. Y él aún podía cambiar de idea sobre lo de llevarme con ellos, ¿no? ¿O era definitivo?

No me atreví a escribirle en toda la mañana, pese a que sentía el móvil arder contra mi mano por la necesidad de hacerlo. Y, al volver a la suite después del trabajo, tampoco pude ir a verle, porque mis cuñadas estaban allí, esperando un informe completo.

Yo me tumbé con ellas en los sofás, pedimos dulces y hablamos durante horas. No les conté nada del robo, claro, pero les hablé de Alay. Y de lo que yo sentía por él. Me pareció más sencillo de explicar que le quería, a tener que hacerles ver que no tenía ni idea de si era correspondida, aquello era complejo.

Después nos arreglamos juntas para ir a la inauguración del Millerfort Palace. Llegó la hora de la verdad. Alay no dio señales de vida, pero Candy me escribió para que saliera al balcón y me pasó el micro y el auricular.

Media hora después de la apertura oficial, Aysha, Gabrielle y yo, hicimos acto de presencia en la empresa familiar. Por suerte, al resto de mi familia le daba igual y, aparte de mi padre (al que no vi por allí), el resto de ellos no hicieron acto presencia.

Me alisé la falda turquesa, aunque paré al darme cuenta de que tenía las manos sudorosas y podía estropear la seda. El vestido era precioso, con una raja que subía casi hasta la cadera y un escote redondo, con tirantes gruesos caídos por los brazos. Era muy bonito, pero estaba ten nerviosa, que podía haber llevado un saco de patatas y me sentiría igual de rara. ¿Era demasiado? ¿Demasiado poco?

Cogí aire helado por última vez. Empezaba a refrescar y no llevaba un vestido precisamente caliente. Así que me di ánimos a mí misma y crucé las puertas del Millerfort Palace tras mis cuñadas, ignorando a la prensa que trató de fotografiarnos fuera.

El sitio ya estaba lleno. La verdad es que mi padre me había pedido (u ordenador más bien) que fuese antes, pero había pasado de él. Se acabaron sus órdenes para siempre, no iba a seguir ni una más.

Fui directa al bar de la quinta planta, tras invitar a mis cuñadas a probar una mesa de Blackjack y disculparme con la excusa de que tenía que asegurarme de que todo estaba en orden. Ellas no pusieron pegas, parecían encantadas con seguir la fiesta de la noche anterior.

Yo sabía que allí, en la última planta del casino, empezaría el show en, aproximadamente, media hora. Miré mi reloj de oro para asegurarme. Oro y diamantes. Mi mejor reloj. Apenas me lo había puesto con la intención de provocar a Al, la verdad. Sonreí sentándome en la barra. Me aseguré de llevar la cámara y el pinganillo bien puestos y pedí una copa al camarero con un gesto.

―El azul te sienta genial... ―La voz grave de Alay me hizo estremecerme ligeramente, mientras él se sentaba a mi lado.

―Es turquesa ―le corregí divertida.

Alay se pidió una copa también y pagó las dos. Yo jugué con mi posavasos un poco, sin atreverme a mirarle del todo. Si hubiera sabido que iba a robar allí durante la construcción del casino, habría puesto más espejos para poder revisar alrededor.

―Entonces, el turquesa te sienta genial ―se corrigió Alay, pasados unos segundos.

Sonreí un poco, aún con la vista clavada en mi copa. La idea de largarme con él tras el robo no dejaba de sobrevolar mis pensamientos y me hacía sentir muy bien. Estaba segura de que nada podría salir mal. Todo estaba planeado al detalle. Y yo estaba enamorada y me sentía invencible.

Todo saldría bien y, al día siguiente a esas horas, estaríamos en algún lugar muy lejos de allí, con un montón de bolsas llenas de billetes, un mojito y una playa de fondo, o lo que fuese.

―Dejad de tontear, que ha llegado la reina ―nos informó Bob por el pinganillo.

Miré sobre mi hombro para entender de qué hablaba y tuve que controlar una carcajada. Candy era la reina, sin duda.

Llevaba un vestido rojo, con tanto escote y un corsé tan ajustado que estaba segura de que, si se movía un poco, se le saldría un pezón. Además, la falda era ridículamente corta y pomposa. Seguramente al andar se le veían las nalgas. Ese día llevaba una peluca negra, con rizos muy exagerados que llegaban hasta mitad de la espalda y ocultaban ligeramente sus pechos, creando un movimiento casi hipnótico. Estaba segura de que esa noche más de uno apostaría sobre su cuerpo. Qué mostraría antes ¿culo o tetas?

Además, pisaba con energía y seguridad en sí misma, sobre unos tacones imposibles de quince centímetros al menos. Y, tras ella, llevaba a cinco tíos cachas con pantalones de cuero y camisetas de rejilla, como si fueran sus mascotas. No necesitaba ponerles correas al cuello, porque de alguna forma era como si se doblegasen ante ella.

―¿De dónde ha sacado a esos? ―pregunté a Alay en un susurro, aprovechando que todo el mundo estaba pendiente de ellos.

―Tiene sus recursos, como todos ―respondió, con una risa mal disimulada.

Ya me gustaría a mí tener esa clase de recursos. Bueno, de esa clase o de alguna. Parecía que había chasqueado sus dedos, acabados en afiladas uñas de porcelana roja, y había conseguido cinco mascotas dispuestas a dejarse pisotear los genitales por ella. Quizá si pasaba un tiempo con ellos me explicase como se hacía. Quiero decir... que a mí me valía con Alay.

Me sonrojé solo de pensarlo y tuve que agitar la cabeza para sacar aquellas locuras de mis pensamientos.

Eché un nuevo vistazo sobre mi hombro, para ver como uno de esos tipos le apartaba la silla de una de las mesas de Blackjack para que pudiera sentarse. Tenía a todos alrededor prendados, sin duda.

Y, en ese momento, los nervios se me pasaron de golpe. Incluso me dejaron de sudar las manos. Saldría bien, aquella gente sabía lo que se hacía y yo ahora pertenecía a su grupo, de alguna manera, era parte de aquello.

―No volveré a cambiar de idea, quiero seguir dentro después ―le dije a Alay con una valentía que no supe de dónde había sacado, antes de ponerme de pie.

Yo también tenía una parte que hacer y lo haríaperfectamente. Todo saldría bien.

 Todo saldría bien

Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.
Cuando vueles en alfombra - *COMPLETA* ☑️Where stories live. Discover now