17. El alquimista

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El enfrentamiento con su hijo le había dejado más agotado de lo que había pretendido, pero no había tenido más remedio. Ahora que parecía que todo marchaba a la perfección, por poco lo estropeaba todo esa chica. Por supuesto que estaba al tanto de los encuentros secretos que tenía con Amarael y desde que lo sabía, estaba de mejor humor. Incluso había pensado en pasarse a echar un vistazo a una de esas clases, pero los planes de Astaroth le inquietaban, por eso había decidido ponerle en sobre aviso. Se preguntaba si los demás príncipes infernales habían pensado de la misma forma que él y de ser así, si lo de la venganza era una excusa por parte del duque para arrebatarle esa posibilidad. No, a estas alturas eso ya no importaba. Él había cumplido su parte del trato y había trabajado para ellos eficazmente, incluso se había ganado el puesto en la realeza. La maldición ya no le importaba a nadie más que al afectado.

Al entrar en su dormitorio, se encontró con una menuda y delgada mujer hundiéndose en las sábanas de seda púrpura, con las rodillas flexionadas y escondiendo su rostro en su regazo. La reptiliana cola la movía bruscamente, como una pantera nerviosa. Las garras de sus pies se clavaban en la seda.

Samael, "el veneno de Dios", aquel que un día fue el líder de los arcángeles, aquel al que le fue otorgado un par de alas de más para que cubriese su rostro ya que tanta belleza sólo podía ser admirada por Dios, y uno de los primeros en pasarse al bando oscuro. En ocasiones se le confundía con el mismísimo Lucifer. Había sido el ángel encargado de cuidar el Edén, pero cayó sucumbido a la tentación de la manzana y se enamoró locamente de la mujer humana de rubios tirabuzones y ojos grises, siempre melancólicos.

Brella era buscada por Metatrón y, desesperados, huyeron al único lugar en el creían poder estar a salvo. Lucifer les aceptó, amputándole cuatro de sus ocho alas, para que estuviese por debajo de él, e imponiéndoles una maldición. Milenios después, la maldición perduraba, pero Samael podía ver la luz. Tan sólo Caín y ese ángel tenían que enamorarse. Algo tan sencillo como eso y Brella y él por fin...

—Sal de la oscuridad, querida.

La demonesa reaccionó muy lentamente y levantó mínimamente la cabeza, lo justo para que dos felinos iris asomaran de entre sus rodillas.

—Se te ve cansado.

—Lo necesario para nuestra relación.

Brella parecía irritada.

—¿Todavía sigues con eso? ¿Cuántos fracasos más harán falta para que te des por vencido?

Samael se sentó junto a ella en el borde del colchón. Su esposa hacía tiempo que había sucumbido a la oscuridad, pero él cuidaría de ella hasta el final, como se lo había ordenado Dios.

"Estoy cuidando de ella, nunca dejé de servirte. Es sólo que... me enamoré. ¿Tan grave es eso?" No servía de nada pensar en esas cosas a esas alturas.

—Esta vez sí que saldrá bien. Nuestro hijo va a ser útil al fin y al cabo.

—Ese bastardo no es un demonio. Las palabras de Lucifer fueron claras.

—"Un vástago de la luz y otro de las tinieblas", Brella. Lo importante es que se enamore siendo un diablo. Por eso antes no funcionó, él era un ángel cuando se enamoró de esa entrometida, pero ahora es un diablo, ¡el sustituto de Lucifer, nada menos! Conociéndole, caerá rendido ante la sonrisa inocente de la chica, y ella ve en él un hombre fascinante y misterioso y terriblemente seductor, ¡es perfecto! El chico malo que en realidad es bueno y que ella es la única capaz de sacar esa parte de él.

—No sé quién es más estúpido de vosotros tres.

—No te veo muy entusiasmada... ¿Qué te ocurre? ¿Has vuelto a soñar con él?

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