12. El baile de cristal

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El día había amanecido despejado. Algunos pájaros daban su serenada matutina festejando la salida del sol en el cielo vespertino. La hierba estaba fresca y el ambiente olía a tierra mojada debido a la gran humedad del bosque. Nathan estaba teniendo un hermoso sueño en el que Amara y él aprobaban el examen juntos, con la máxima puntuación, tras haber machacado al imbécil ése de la espada rara, cuando sintió que alguien le estaba golpeando y echándole vaho en el oído. Casi pegó un grito suficiente como para despertar a sus dos amigos al encontrarse tan cerca de él la cara de su profesor.

—Nathan, prepárate que te espero afuera en cinco minutos —le susurraba éste en un tono de voz que pretendía no despertar al resto.

Nathan se levantó malhumorado por la interrupción y se preguntó qué pasaría ahora. Todavía era muy temprano como para empezar las clases. Demasiado temprano, pensó al contemplar al sol que ni siquiera había empezado a asomarse.

Se terminó de ajustar el cinturón y su espada a los pantalones y salió a reunirse con él. Gabriel le esperaba apoyado sobre el tronco de un árbol. Unos cuantos metros más alejados, Haziel también iba para allá, todavía frotándose los ojos. Si Evanth estuviese allí, habría exclamado que el chico se veía bien hasta con el pelo despeinado y recién levantado. No había duda de que había empezado mal el día.

Gabriel no tenía muy buen aspecto, no parecía muy descansado y era la primera vez que lo veía sin el pecho descubierto.

—¿Se puede saber qué pasa ahora? —protestó Haziel, aunque sólo se le entendió la mitad ya que estaba bostezando.

—Poneros firmes. Los ángeles no bostezan.

—¿Ocurre algo? —intentó ser más educado Nathan.

—Acompañadme —fue lo único que dijo.

Les llevó volando hasta una pequeña mansión. Gabriel les ordenó que le observasen mientras él se hacía pasar por un pobre mendigo en busca de algo de comida. Le atendió una criada que le pidió que aguardase. Tras un rato de espera, se escucharon al fondo las voces de la que parecía la señora de la casa. La criada volvió al rato excusándose de que ya no le quedaban sobras porque se las echaban a su perro y cerró la puerta en sus narices. Gabriel volvió con sus alumnos y les indicó que ahora lo intentasen ellos.

El primero fue Haziel. Intentó hacerse el simpático y ganarse el afecto del ama de llaves para que le diese cobijo. En un principio funcionó, pero después apareció la dueña con una escoba acusándolo de pervertido.

—Cuando estés en el Infierno me implorarás, vieja asquerosa —escupió el altanero ángel.

Nathan no tuvo mucha mejor suerte, de hecho apenas había golpeado la puerta cuando vaciaron sobre él desde la ventana de arriba un cubo de agua sucia. Haziel se estuvo riendo de aquel percance el resto del día. Ya se disponían a partir hacia otro lugar, cuando se escucharon unos relinches procedentes del interior del caserón.

—Viene del establo de esta familia —les aclaró Gabriel indicándoles con un gesto que se asomasen a echar un vistazo.

Por lo visto, uno de los caballos se estaba muriendo. Se le veía débil y sudoroso y sus patas segregaban un líquido blanquecino. Parecían estar allí reunidos todos.

—¡Ja! —masculló el joven ángel de cabellos oscuros—. Cada uno obtiene lo que se merece.

En cambio, el profesor entró dentro del establo sin perder un instante. Los que estaban allí dentro se quedaron asombrados al ver a aquel desconocido que vestía de forma tan extraña.

Dolce InfernoWhere stories live. Discover now