10. Comienza el entrenamiento

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La lluvia caía sobre Enoc como una cortina de cristal. Caín podía ver el rostro de incertidumbre de la semidemonio reflejado como en un caleidoscopio sobre las pequeñas gotas de la ventana. La situación no había podido calmarse tras su regreso.

—¿Por qué has hecho eso?

—Allí estábamos en peligro.

Ireth se volvió lentamente. La pintura de su cara se había corrido dejando lucir fragmentos de piel perlina.

—¿Lo sabías? ¿Sabías que me llamaba Selene?
—Te vi morir... Vi como susurrabas tus últimas palabras a un ángel que no paraba de gritar tu nombre... ¡No me mires así! ¿Qué importa eso a estas alturas?
—Porque me lo has estado ocultando, ¿cómo voy a poder confiar en ti?
—Con todo lo que he hecho por ti... —Le estaba costando hablar. Estaba furioso y no sabía con quién, pero no quería tomarla con ella—. ...¿Cómo puedes decir eso?
—Es lo que me estás demostrando, Caín.

Él, por toda repuesta, dio media vuelta y se dispuso a abandonar la estancia.

—¡¿Adónde vas?!

Cada vez entendía menos a aquel hombre.

—A dar la orden de que se preparen. Si vienen a por ti, tendrán que enfrentarse a mí.

Fue a extender un brazo para abrir la puerta, sin embargo, descubrió que su cuerpo se había quedado congelado en el espacio-tiempo.

—Si haces eso, llamarás más la atención. Al fin y al cabo ellos no saben quién soy yo. Además, ni siquiera has sido capaz de protegerme, ¿cómo piensas hacerlo ahora? —Esas últimas palabras las pronunció en un tono casi inaudible, como para ella misma, pero él las escuchó igualmente.

Fueron suficientes para derrumbarle. Palabras acusadoras, pero verdaderas. Ireth se percató del error que había cometido. Quizás se estuviese pasando de la raya, pero era lo que sentía y no pudo reprimir sus impulsos.

—Lo siento... En realidad, la única culpa es de Nosferatus que hizo lo que hizo. Es solo que si no me hubieras dejado tanto tiempo sola...


Juntó sus manos y sopló suavemente. Del dulce aliento que desprendía por sus labios, surgió una brisa de polvos azulados y plateados que rodearon a Caín. La parálisis desapareció y el liberado se acercó lentamente hacia ella.

—Ireth... Se lo haré pagar, te lo juro. Ahora que tengo el poder suficiente, haré que se arrepienta por toda la eternidad de haberse atrevido a tocarte.

—Y mientras, me volverás a dejar sola. ¡Yo no quiero que vayas vengándote por mí! Lo que quiero es que estés a mi lado...

Era lo que siempre había querido decirle, pero no parecía entrar en razón. Se lo había dejado claro en varias ocasiones y el insistía en alejarse de ella. Ya no sabía si merecía la pena insistir.

—A veces parece que lo único que te interesa de mí son mis habilidades —Ireth continuó hablando—. Te empeñas en mantenerme encerrada, oculta... como un objeto. Un objeto valioso, pero un objeto.
—¿Cómo un objeto?— "¿Qué he hecho mal? "—. Serías un objeto si me hubiese acostado contigo a la primera de cambio, como con todas las demás.
—¿A la primera de cambio? ¿Cuántos siglos han pasado desde entonces?
—Muy bien, lo que quieres es que te trate como a una cualquiera, ¿verdad?

La alzó sosteniéndola sobre sus brazos y la depositó sobre la cama.

—¿Qué pret...?

No la dejó acabar; Caín le selló los labios con su dedo índice.

Dolce InfernoWhere stories live. Discover now