7. Citas

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—Llegas tarde.

—Soy un hombre muy ocupado.

Sin añadir nada más, él echó a andar hacia el interior de la torre. Con un gesto de su cabeza, le indicó que le siguiese.

—¿Vamos a subir andando los doscientos ochenta y cinco escalones?

—Yo no puedo volar.

—¡Venga ya! Vi perfectamente tu...

—Viste un ala, ¿acaso tú podrías volar con tan solo una?

El resto del ascenso lo hicieron en silencio. Arriba del todo había un mirador. Aunque a esas horas de la noche estaba cerrado, para ellos no supuso ningún problema saltarse las defensas. Él se apoyó contra uno de los grandes ventanales y se quedó contemplando en silencio la maravillosa vista que se extendía ante ellos. Las luces de la ciudad formaban un torbellino multicolor bajo sus pies. A ella también le gustaba la magnífica vista que disponían, pero tenía demasiadas preguntas en su cabeza que hacerle.

—La Columna de la victoria. Este monumento fue construido en honor a la victoria que tuvieron contra nosotros.

Así que finalmente se decidía a hablar.

—Ya lo sabía —murmuró Amara.

Había tantas cosas que no entendía y lo único que le decía era algo que ya conocía.

—...Desde entonces, Alemania cayó bajo control de la Inquisición.

—Se liberaron de los demonios —le corrigió, pese a que era consciente de que discutir con alguien del bando contrario sobre aquello carecía de sentido.

—Para ser dominados por algo mucho peor. Mira la situación actual. Se están empezando a revelar contra la opresión y la censura. Se han cansado del primitivo modo de vida europeo para comenzar a industrializarse, cosa que la Inquisición no ha visto bien. El número de revueltas se ha multiplicado, incluso ya han intentado derribar varias veces esta torre.

—Eso no lo sabía. ¿Por qué no pueden desarrollarse?

—Porque cuanto más se confía en la tecnología, menos se hace en algo abstracto.

—¿Me vas a quitar la marca?

—¿Qué marca?

—No me vaciles, sabes a lo que me ref... 

Amara había levantado la mano para mostrársela, pero tuvo que tragarse sus palabras al ver que ésta había desaparecido por completo. Él la miró divertido al contemplar su frustración mientras intentaba poner cara de inocente.

—Anda, acompáñame. —Le volvió indicar con el mismo gesto de antes que le siguiese, esta vez escaleras abajo.

Otra vez a bajar más escaleras

—Me gusta como te has vestido hoy.

Amara fingió ruborizarse. Había estado pensando mucho en aquello. Quería insinuar sin llegar a provocar una situación incómoda. Se había decidido por un vestido muy corto y ajustado de estilo oriental. Así lucía sus largas piernas y su figura esbelta. El vestido era de seda blanca con detalles bordados en verde jade. Se abrochaba en el cuello con un par de botones, aunque sobre el escote se abría en forma de rombo dejando piel al descubierto. Se había puesto unas sandalias plateadas con tacón de aguja que no había tenido ocasión de ponérselas hasta ese día y el pelo se lo onduló para darse un aspecto más salvaje, menos dócil.

—No como tú, que parece que no conoces otro color aparte del negro.

El diablo se limitó a encogerse de hombros.

Dolce InfernoWhere stories live. Discover now