32.Reencuentro

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Lo primero que percibieron cuando dieron los primeros pasos sobre las ansiadas losas del treceavo piso fue el anubado cielo que formaba remolinos desapaciguados sobre sus cabezas. Después repararon en el cadáver del Dioscuro y en el cuerpo de Zadquiel que yacía semiinconsciente a sus pies. Gabriel corrió hacia ella tomándola entre sus brazos.

—No tendrías que haber venido —tosió el arcángel cuando sintió el calor que transmitían los músculos de Gabriel.

—Pero tú me dijiste que…

—¡Tu hermana está allí! —exclamó Ancel señalando al balcón.

Los dos jóvenes aprendices se dirigieron hacia Selene con el aprobado brillando en sus emocionadas pupilas. El corazón de Gabriel dejó de latir cuando su mirada se posó sobre el adormilado cuerpo de la semidemonio. Gabriel la reconoció al instante a pesar de lo cambiada que estaba. Todavía emitía un evanescente halo de energía por lo que seguía viva. Soltó a Zadquiel, pero un terremoto le hizo tambalearse. Ahora que el Dioscuro había sido derrotado la magia de la torre había desaparecido y se estaba desmoronando.

Ancel y Hasmael se detuvieron en seco cuando un portal negro se apareció ante ellos y Caín se teletransportó junto a Ireth. Con un simple y seco movimiento de su brazo arrojó a los aprendices contra la pared, dejándolos inconscientes. Los últimos granos del reloj terminaron de escurrirse. Caín los vio caer uno a uno, preparándose para lo que venía a continuación.

—Llegas tarde —habló dirigiéndose a Gabriel.

—Sé que no eres capaz de hacerlo. La quieres demasiado, puedo leerlo en tu mirada.

Caín elevó entre sus brazos el cuerpo de Ireth, acariciando sus lisas mejillas.

—No has sido capaz de rescatarla.

—¡Suéltala! —le exigió.

Caín le ignoró y con una pizca de emoción en sus iris grisáceos besó por última vez aquellos labios que tantas cosas le sugerían. Demasiadas cosas pasaron por su mente a cámara rápida, pero la decisión ya estaba tomada.

—Te veré en mi propio Infierno. Allí estaremos juntos para siempre —se despidió en un susurro casi inaudible rozando con su aliento su lóbulo. Se separó de ella poco a poco mientras tensaba sus garras.

—¡Selene! ¡Despierta, dormilona! —seguía gritando Gabriel quien corría hacia ellos casi a rastras.

Extendió los brazos como si así pudiera llegar a tiempo mas la distancia que les separaba a ambos hermanos era demasiado grande, casi como un abismo en esos momentos. El cuerpo de Ireth se flexionó imperceptiblemente y sus labios gimieron por última vez en silencio. Sus cabellos caían sin vida, sin brillo. Sus alas se desplomaron y sus pestañas dejaron de temblar. La mano de Caín sobresalía desde su corazón, pegajosa, empapada de la esencia de la única mujer que había amado de verdad. Inspiró con fuerza las últimas gotas de la fragancia que aún se atería a sus cabellos y finalmente la dejó caer escurriéndose entre sus brazos al igual que lo habían hecho los negros granos de arena o lo hizo la luz de su corazón cuando atravesó el pecho de Ireth. Cuando el cuerpo de la semidemonio golpeó las frías y lisas baldosas el silencio parecía haberse impuesto pues todas las miradas estaban fijas en ella.

Gabriel trató de gritar pero no podía, se negaba a aceptar lo que había presenciado. Ya la había visto morir una vez, lo había asimilado y consiguió rehacer su vida. ¿Qué necesidad había entonces de crearle esperanzas nuevamente para volver a vivir aquella amarga experiencia? Quería correr hacia ella para estrecharla entre sus brazos, para infundirla ánimos e impedir que se fuera, pero se sentía clavado a ese pedazo de suelo, no podía moverse por mucho que intentaba avanzar.

Dolce InfernoWhere stories live. Discover now