36.Los demonios sí pueden llorar

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La fría esencia de la muerte se filtraba entre las franjas de carne abierta arañando el abatido corazón de Caín que se esforzaba por seguir latiendo. El unialado alzó con esfuerzo la cabeza buscando alguna explicación, alguna señal de que todo se trataba de un plan maestro por parte de su fiel cuervo. Por el contrario, Claudia sólo lucía una mueca de desdén para el que había sido su amo, el amor de su vida y su único amigo, antes de que él la odiase. Los oscuros mechones de tinta resbalaron igual de derrotados por la frente del diablo y los puños se le cerraron temblando de rabia.

—Remátalo por mí. Yo no tengo el poder suficiente, lamentablemente —le pidió Claudia a Serafiel y Caín pudo palpar la notable virulencia de su rencor.

—Será lo mejor para el Mundo—claudicó el príncipe serafín.

Caín se aferró a la empuñadura de su sable penosamente; los dedos se le estaban entumeciendo. Nathan lo observaba todo paralizado, sin lograr decidir quién era el verdadero enemigo: si el cruel y despiadado serafín de cabellos tan plateados como el metal con el que tenía forjado el corazón o el infame diablo que le había arrebatado a Amara, su luz y su todo.

—¿A qué estás esperando? ¡Vete a salvar a Amara!—le ordenó Caín.

Finalmente Nathan reaccionó, echando a correr hacia el norte. Los dos serafines que acompañaban a Serafiel le salieron al paso. El joven enarboló su espada y se sorprendió de la fuerza que ésta le otorgaba.

Logró rozar a uno de ellos y el cuerpo ardió. Estaba comenzando a comprender a su arma. Trazó un muro de fuego con la punta de la espada que el serafín restante no se atrevió a cruzar y Nathan huyó. La radioactividad del fuego se seguía extendiendo consumiendo todo cuanto se cruzaba por su camino.

Serafiel alzó la mano y lo hizo desaparecer. Contempló apenado la vegetación abrasada.

—Este jardín está hecho con la esencia vital de nuestro sagrado Metatrón y vosotros lo habéis dañado.

—Ya decía yo que algo apestaba por aquí—se burló Caín, jadeando.

***

Nathan había echado a correr hasta que llegó a un punto en el que el corazón se le dividía en dos. Si seguía recto podría salvar a Amara, pero el Palacio de la Justicia se encontraba a su derecha. ¿Gabriel o Amara? ¿A quién salvaba primero? Un punzante dolor en la sien le hizo llevarse la mano libre de la espada hacia la frente.

Gabriel. Salva primero a Gabriel.

Nathan no entendía lo que estaba pasando ni a qué se debía esa voz en su cabeza y tampoco tenía tiempo que perder por lo que se decidió por su profesor primero. Ya podía vislumbrar a lo lejos la magnificencia de las Puertas de la Justicia. Desplegó sus alas e incrementó la velocidad.

***

Serafiel dejó que Nathan se marchara sin hacer nada por impedirlo.

—No podrá llegar muy lejos. El camino a la sala del trono está protegido.

—Como a Amarael le pase algo…

—¿Qué harás entonces? ¿Me odiarás más aún?

—Sois todos unos malditos traidores—logró decir Caín sudando hielo.

—Cada uno obtiene lo que se merece—canturreó Claudia con malevolencia.

Aquella frase la había utilizado el propio Caín con Agneta. Parecía ser que efectivamente, el destino colocaba a cada uno en su lugar pero, ¿qué había hecho él para sufrir tantas traiciones? Un dolor lacerante le impidió pensar en la respuesta; Serafiel le había hecho algo.

Dolce InfernoWhere stories live. Discover now