Charles Anderson

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—¿Usted es el detective Charles Anderson?— recuerdo la luz blanca en mis ojos cuando comenzó la investigación, esa luz que yo ponía constantemente en los rostros de las personas que eran sospechosas de algún crimen; mis manos aún estaban llenas de sangre, mi corazón estaba a punto de salirse por mis oídos.

—Lo soy—, carraspeé ante el sonido desconocido de mi propia voz.

—Detective... hemos encontrado registros de violencia física contra su novia, la psicóloga Sandy Williams—, el detective leyó el nombre de Sand de su carpeta con archivos, relamí mis labios intentando recordar el momento en el que todo había sucedido y lo rápido que sucedió.

—Yo... nunca la había golpeado antes—, afirmé, por primera vez espantado de mis actos, intentando recordar, con el corazón adolorido.

—Pero lo hizo—, quiso saber el hombre frente a mi, lo conocía bien, el teniente Thorne, habíamos trabajado juntos en millones de ocasiones.

—No puedo afirmar eso—, lo vi directo a los ojos, esperando que me creyera.

—Sus manos están cubiertas de sangre, los policías llegaron para encontrar a la señorita Williams tirada en el suelo de su sala completamente ensangrentada, golpes de puños, según confirmó el médico—, tragué duro y las lágrimas de impotencia picaban en mis ojos.

—Yo... yo golpeé al bastardo que abusaba del niño— mi voz se quebró, sólo recordaba hasta ahí, el resto de la historia era confuso.

—Está ebrio detective, perderá su placa, su trabajo para siempre, perderá su confiabilidad si la señorita Williams lo demanda. Necesitamos la verdad—, explicó sentándose, pero la verdad que él quería, sería mi sentencia de muerte y la verdad que yo recordaba era demasiado vaga para generar un caso que me ayudara.

—No... recuerdo nada—, cerré los ojos con frustración al igual que mis adoloridos puños.

—¿Le duelen las manos?— asentí y el anotó—, ¿golpeó usted a la señorita Williams?— preguntó de nuevo.

—¿Que dice ella?— abrí los ojos para fijarme en él una vez más.

—Que sí.

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Los ojos de Sandy se abrieron casi fuera de sus órbitas al ver el dibujo, su sonrisa había desaparecido por completo, ella lo sabía, estaba seguro de que lo sabía.

—No tengo idea—, respuesta incorrecta, casi sonreí.

—¿No es tu abogado, Sand?— mordí mi lengua aguantando una carcajada que amenazaba con salir victoriosa de la situación.

—N-no puedo reconocerlo, el dibujo no es muy bueno si ese es el caso—, se defendió.

—¿Dónde conociste a este hombre?— pregunté

—¿Quieres un trago?— su pregunta fue aleatoria y el vaso para mi ya estaba servido, siempre me ofrecía lo mismo, recordaba la interesante bebida desde un año atrás... en navidad. —¿Por qué te interesa?— respondió a la defensiva cuando no acepte lo que me ofrecía.

—Me ha estado siguiendo desde que Isabel llegó a mi vida—, era verdad y ella tenía que saberlo, no dudaba que ella estuviera encantada con el hombre desde el primer momento que le hablara, pero ahora la vida de Isabel se ponía aún más en riesgo.

—Pasa, te lo dire todo—, me dijo y entre, su casa estaba limpia como siempre, una copa de vino descansaba en la mesa de centro y su cachorro Tommy al verme comenzó a mover la cola...

Ojos tristesWhere stories live. Discover now