2. He visto las alas de un ángel, pero cortan.

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Igor.

Comencé a escuchar sonidos que no reconocía. Voces que no eran mías pero que provenían de mi cabeza.

—¿Por qué tú y estúpida familia no pueden dejar de entrometerse?

Un susurro, la voz de alguien. La foto de un hombre. ¿Quién era? ¿Qué era?

No, no era un hombre. Era un monstruo, un demonio con manos largas y puntiagudas, con aguijones en vez de dedos, con sedante en lugar de saliva. Respiraba fuego, exhalaba destrucción, de su boca solo podía oler un deje a muerte.

El monstruo me sostenía la cara, me movía la mejilla, susurraba en su vacilante y extraño idioma, al mismo tiempo que pedía a gritos que me callará para siempre. ¿Por qué tenía que callarme? ¿Qué era lo que no podía decir? Alguna sustancia extraña aún me recorría las venas, sentía que mi torrente sanguíneo se disipaba en palabras jamás pronunciadas.

No era capaz de abrir los ojos, pero el sonido daba suficiente miedo. Era como metal, metal al rasgarse, luego tela. De todas mis extremidades, sentía solamente la mitad, quizá pudiera mover un brazo o una rodilla, pero no me coordinaba. Algo me sostenía, no, no algo. Alguien.

Una mano se detuvo en mi mejilla, y me limpio como si llorara. Pero yo sentía que lloraba sangre desde que la seminconsciencia se me había posado en el cuerpo. No podía ver y sentía de manera limitada, tan atrasado que ni siquiera lograba distinguir que sentía.

¿Miedo? ¿Por qué de repente quería reírme de todo? Pero la boca no se movía, y quién estuviese sosteniéndome no parecía querer ayudarme a sonreír, que pena, que desgracia. Eso si daba miedo.

De repente sentí que tenía la espalda descubierta. Algo duro, quizá el concreto me pasó factura. Probablemente estaba tirado en el suelo, hacia demasiado frío, y yo no podía moverme, era una superficie inerte.

Quizá estaba dormido sobre un cadáver. Sobre mi cadáver.

¿Estaba dormido?





Cuando desperté, los parpados y los pulmones parecieron responderme primero que nada. Luego el brazo derecho, pero el izquierdo seguía bastante más dormido. De las piernas solo conectaba las rodillas y encontré una manera de sentarme. Una pared chocó con mí espalda, pero no había luz cerca que pudiera darme alguna pista. Oscuro, todo estaba oscuro. ¿Estaría ciego? ¿Me habrían sacado los ojos? Me llevé las manos con nerviosismo y horror a la cara, por alguna razón, me toqué los ojos para cerciorarme de que tuviera ambos. También me conté los dientes, me mordí la lengua. Todo parecía estar en su lugar y al mismo tiempo, me sentía atrapado en mi propio cuerpo porque no era capaz de ver nada.

Estaba en una esquina, eso era seguro. Era imposible contar minutos, pero me tomó demasiado tiempo lograr que las me piernas funcionaran adecuadamente. También conservaba los zapatos y lo que parecía ser mi ropa.

¿Dónde demonios estaba? ¿Qué era ese espantoso olor a metal?

Moví los dedos a través de las paredes, parecía hormigón, frío y duro, pero, sobre todo, imposible de atravesar. De repente, en algún lugar, se encendió una luz. Era diminuta, casi imperceptible, pero el milagro era que mis ojos no estaban perdidos. La luz se filtro en una rendija, atravesando la puerta que me mantenía cautivo. Caminé hacia ella de inmediato, con la esperanza de encontrar una salida a todo esto, haciéndole caso a la voz que me gritaba promesas encerradas en bloques de cemento, me aseguraban que si encontraba el pomo la puerta cedería, me llevaría a la libertad. Eso tenía que ser, esa era la clave en esta pesadilla, encontrar la salida correcta, quizá si giraba con dedicación el pomo indicado entonces despertaría nuevamente en mi cama, en mi casa de Chesterfield.

Killing EddieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora