21. Si el fuego nos consume, bailemos.

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Igor.

La noche siguiente se le bajó la fiebre y yo me permití soñar con él. El sudor, el calor, todo había sido lavado en esas noches infernales donde, enfermo, susurró mi nombre, me pidió perdón una y mil y veces y en todas le respondí que sí.

Solo una de esas veces fue sincera, el resto quizás había sido para calmarme a mi mismo, para creerme que le había perdonado y que si se recuperaba sería mío y yo sería suyo y de alguna manera el uno salvaría al otro.

La maldad se había acabado adentro de la iglesia y todo lo que necesitábamos era pelear con la oleada de desgracias que llegarían desde afuera. En cuanto estuvo bien caminó solo hasta las duchas y yo lo ayudé a darse un baño. Nadie nos impidió el paso. Todo estaba volviendo lentamente a la extraña normalidad, a excepción de nosotros, que ahora nos mirábamos todo el tiempo con un cariño extraño que había nacido del odio, de la violencia.

Nos habíamos recuperado de las cenizas y yo llegué a pensar que seriamos invencibles. Eddie me contó sobre mi hermano y su estadía en Ashton Hall. Winston había tratado a la gente con amabilidad, ayudaba con sus terapias y era el recopilador de la información. En algún momento se había peleado con Maurice y de la nada había desaparecido.

Eddie estaba seguro que no estaba encerrado en algún lado del sanatorio, había escuchado conversaciones del propio Maurice enojado porque no sabía donde estaba Winston. Nadie lo sabía.

Al principio la noticia me golpeó con dureza, pero luego comprendí que era lo mejor que podía pasarme. Quizá no supiera nada de él, pero me bastaba con saber que Winston estaba vivo y que, de alguna manera, estaba a salvo lejos de aquí. Eso me daba la oportunidad de escapar.

Aún no se lo había dicho a Eddie y no tenía idea de como abordarlo al respecto. ¿Qué planeaba decirle? ¿Qué se fuera conmigo? ¿Qué me dejara ir? Dudaba que accediera a cualquiera de estas cosas, pero mis días en este lugar estaban contados y yo lo sabía perfectamente, y en el fondo, Eddie lo sabía también.

Una noche me recosté en su pecho, lo miré y él sonrió como nunca lo había visto sonreír. Verlo así me hizo feliz y no pude más que acercarme para darle un beso enorme en la mejilla que luego él transformó en un abrazo preciso. Me ató a su cuerpo con sus manos y yo estaba listo para quedarme así por lo que me quedara de vida.

También me reí y de repente todo estaría bien si ambos éramos estas personas libres.

Pero seguíamos encerrados, Eddie ya no gozaba con la protección de Maurice y si había algo claro era que yo sería su principal objetivo.

Después de la maquina de electro shocks, la mente de Eddie pareció despejarse levemente, así que aquella noche, con un calor espantoso y la piel sudada, le toqué la mejilla y me atreví a preguntarle.

—¿Te has sentido mejor desde lo que pasó?

Él me miró un momento con curiosidad, se quedó callado, pero yo sabía dentro de mi que iba a responderme. A veces hacia eso, supuse que se acordaba de la manera en la que nos tratábamos antes y por un momento, un destello en su mirada se alzaba.

—Hay algo diferente, solo que no sé que es. Llevó mucho tiempo sin medicación, sin terapia. No lo sé, Igor.

—Estás mejor así —le respondí.

Me acercó a él, pero, aunque tenía cuidado, me rozó con las manos la herida en la espalda. Debió haber tocado la primera o la segunda D, esas aún sangraban.

Ignoré el dolor y lo dejé pasar en un parpadeo. Eddie no lo notó.

—¿Te parece? —me susurró al oído.

Killing EddieWhere stories live. Discover now