18. De cara al abismo.

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Igor .

A la medianoche, Eddie se coló nuevamente en mi habitación. Tenía los nudillos en carne viva y un golpe vistoso en la cara, pero sonreía con esa mueca desagradable y tenebrosa que solo ponía cuando su retorcida mente estaba preparando, o tenía preparado algo.

—Ven —dijo él.

Yo me levanté con esfuerzo de la cama y él me sostuvo la mano, después, cansado de caminar despacio, me levantó en sus brazos y me llevo por un camino oscuro, casi al final del ultimo jardín.

Había un cobertizo de madera alejado del ultimo bloque de la prisión. Y, sin embargo, hasta ahí fuera se escuchaban los gritos horribles de alguien, parecía un chico que gritaba a otro que parara.

Eso amortiguaba cualquier cosa.

Luego Eddie me metió al cobertizo y me sentó en una silla vieja de madera. El lugar estaba oscuro y olía a gasolina, a podredumbre y a acre. Algo asqueroso definitivamente se había muerto allí.

Antes de alejarse de mí, Eddie se agachó y me tomó el rostro con ambas manos.

—Hago esto por ti, pajarito.

Yo no respondí nada y él se levantó para dar algunos pasos dentro de la oscuridad. Bajó una cadenilla metálica y una sola bombilla amarilla iluminó la instancia con una luz pobre y tenebrosa, casi sombría.

Me tomó un momento acostumbrarme, pero cuando mis ojos por fin enfocaron. Se me abrió la boca de la sorpresa y las náuseas.

Como yo había presentido, Víctor estaba allí. Pero no estaba muerto, estaba parado en una silla vieja de madera con las piernas y las manos amarradas hacia el frente, y una soga enorme colgaba de su cuello, tenía soporte en una de las vigas de madera. Pero, sin embargo, la cuerda no estaba fija en la viga, sino que se deslizaba allí como soporte, realmente, la cuerda terminaba en el borde de un aparato mecánico parecido a una polea.

¿Qué demonios tenía Eddie en mente?

Víctor se veía atontado, pero estaba consciente.

—¿Igor? —murmuró, a modo de súplica.

Y su voz no me causo nada más que una diversión tremenda. Quería levantarme y reírme en su cara, mirarlo y decirle que era un imbécil y que me debía demasiado, que por su culpa una parte de mí se había oscurecido.

Recordé cada letra en mi espalda que se había manifestado gracias a él.

Y, por el contrario, miré a Eddie mientras este sonreía. Como si mirara una obra de arte. Y quise sonreír con él, como si ambos pudiésemos reírnos de la misma broma hilarante, como si esta situación perversa nos conectara.

—Por favor dile que pare —se las arreglo Víctor para decir, yo no pude apartar la mirada.

Yo no quiero que pare.

Permanecí en silencio. Luego Eddie se me acercó por detrás y me susurró al oído si quería que lo matara rápidamente y yo respondí que no. Quería que sufriera, quería que alguien pagara por todo lo que me había costado aquella noche, quería oír todos los gritos que yo no pude proferir mientras Eddie me golpeaba, quería que alguien llorara, que alguien sufriera por mí. Primero sería Víctor y si tenía suerte, después seria Eddie.

Pero lo que pasó, como siempre, fue demasiado para mí y en algún momento llegué a pensar que no iba a soportarlo. Que me iba a desgarrar allí mismo desde adentro.

Lo primero que escuché fue el sonido ondulante de un objeto pesado moviéndose en el aire. Pero cuando volteé a mirar, Eddie sostenía algo por detrás de su espalda y sonreía con una crueldad espantosa sin dejar de mirar a Victor. Ahí estaba de nuevo ese desagradable ser que me había ultrajado tan solo unas noches atrás.

Killing EddieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora