1. La mala suerte es consanguínea.

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Igor.

Recuerdo que aquella mañana hacia tanto frío como uno podría esperarse. Chesterfield es un pueblo pequeño y la mayoría del tiempo, tranquilo. Había vivido toda mi vida bajo esta geografía, bajo este clima.

No fue el frío lo que me despertó esa mañana. Fue un presentimiento, el indudable sondeo que me gritaba desde adentro que algo estaba terriblemente mal. Al principio pensé que alguien se había metido a la casa, después de todo, era posible que el pueblo entero fuese consciente de que me encontraba solo, que Winston ya no estaba.

Pero esa era precisamente la diferencia de la sensación. Lo que me removía el pecho no era la presencia de alguien externo, era la ausencia.

La ausencia generaba más frío que cualquier ventana abierta, e incluso daba más miedo que un intruso en la casa. Recuerdo que me sostuve a las sabanas un momento antes de levantarme, seguía durmiendo con una luz de noche para no tener que quedarme completamente a oscuras. Winston siempre me había comprado pilas nuevas para la luz. Ahora esa pequeña luz parecía pálida. Me sentí estúpido y desubicado de repente, no era la primera noche, el primer sol o la primera luna, mi hermano se había ido casi dos meses atrás.

Pero había algo diferente en la posición del sol esa mañana, en el aire, algo tan fuerte que lo sentía con claridad al respirar un poco. Era una mala sensación, una sensación que solo se me presentaba cuando algo trágico pasaba.

Las señales para cuando algo malo estaba a punto de pasar eran distintas, y las había sentido días atrás, en la noche.

La mañana era diferente, porque en la mañana solo quedan los estragos, la luz se abre paso para revelar todos los horrores que se han ocultado durante las horas pasadas. La mañana es diferente porque solo trae resultados, certezas, es el único testigo de la consumación de los actos de cualquier índole. Por eso era peligrosa la mañana, el amanecer.

Por eso no había dudado un solo momento.

Me levanté, busqué a tientas cualquier ropa que entrará rápido y pudiera abrigarme en el camino. La mañana me gritaba desde el ventanal que no tenía tiempo que perder. Encima de la cómoda, habría jurado que la foto de mis padres me devolvía un asentimiento.

Mamá resaltaba con mucha energía, y papá sostenía delicadamente sus dedos sobre los de ella. Ambos le gritaban al mundo desde esa foto que a pesar de que ya no estaban, se habían amado desde el primer hasta el ultimo momento.

Me permití sonreír. Si tan solo el ultimo momento no hubiese llegado tan rápido para ellos.

Pero este no era un tiempo adecuado para reclamar nada. Todo lo que pasaba por mi mente tendría que esperar hasta que pudiese cerciorarme de que Winston estaba bien, de que mis indicios y señales no eran más que supersticiones tontas y equivocas. Dentro de mí deseaba saber que mi hermano estaba tranquilo, sentado en algún escritorio recetando una medicación, buscando el registro de algún paciente, llenando una cubeta con pastillas que calmará la ansiedad de cualquier demente.

Quizá aceptar ese empleo había sido el primer error de todos. Pero hasta ese momento, ninguno de los dos podría haberlo previsto.

El agua me golpeo frío en las costillas, pero despertó todos mis instintos aún más. El sueño ya no se paseaba por mi cuerpo, en ese momento las preocupaciones se juntaron con el helaje, y escrito en el agua seguía leyendo el mismo mensaje: que algo malo le había sucedido a mi hermano.

Winston trabajaba como enfermero para una institución de salud mental en otro pueblo del condado, en Derby. La falta de dinero y el hambre lo habían hecho aceptar aquel empleo, un turno completo, con un salario solamente un poco más arriba del mínimo. Serviría para comer y para que yo pudiera continuar yendo a la universidad, eso era lo que había dicho Winston mientras releía la hoja del contrato.

Killing EddieWhere stories live. Discover now