16. Deudas que pagar.

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Igor.

No quedaba dentro de mí nada bueno que pudiese salvar en aquel entonces, y después de esa noche, creo firmemente que una parte de mi alma se escurrió en todas las veces que sangre, en todas las suplicas que hice, y lo poco que pude retener de mi espíritu fue aquel llanto que Eddie me obligó a frenar.

No sé cuantas horas pasaron en las que yo permanecí dormido, pero sé que lo único que deseaba era no despertar más. Ya estaba demasiado agotado de luchar, de intentar mantenerme vivo solo para enfrentarme cada vez a un horror peor que el anterior. Ni Ashton Hall ni yo mismo parecíamos poder existir en el mismo plano de espacio y tiempo. Y creo firmemente que después de que Eddie me marcará, fue el comienzo del fin.

Soñé cuatro noches seguidas con Winston y no comí nada. Me había vuelto arisco, asustadizo sin siquiera darme cuenta, pero cada vez que sentía el peso de Eddie en la cama a mi lado era como si las letras de su nombre me palpitaran en la espalda. Todos los días siguientes una lluvia torrencial y constantes peleas empezaron a llamar la atención de los médicos, de los guardias.

Algo estaba pasando, pero hasta entonces, nadie sabia qué.

Aquella noche mi cuerpo no pudo más, la fiebre me hizo tambalear y sudaba tan frío que incluso Eddie terminó asustándose como si le importara un mínimo lo que me pasara. Como si él no me hubiera hecho esto.

Quizá después de todo, no había sido buena idea lavarme el cuerpo tantas veces con el agua helada de las duchas. No sé cuantos minutos pasaron en esos días que metí el cuerpo completo en el agua y quise refregar toda mi piel en el asfalto hasta que se me agrietara y me saliera una nueva capa, una que Eddie no hubiese tocado, manchado, quizá eso me ayudaría a dejar de sentir que mi cuerpo ya no me pertenecía. Así que esa noche, la fiebre me rebasó.

Las pesadillas, el dolor, el miedo, el asco.

Y todo venía de mi mismo, como si yo hubiera tenido la culpa, como si yo hubiese hecho algo para merecerlo. Aquella mañana antes de Victor, Eddie me había sujetado con cariño, me había tocado de manera delicada, intensa.

Y luego se transformó en el monstruo que realmente era. Porque no se trataba de un ataque de rabia, ni de celos, no había sido más que la naturaleza de Eddie en todo su esplendor. Maurice me había dicho en el bloque médico que yo mismo me había puesto la soga al cuello, que Eddie era una bomba de tiempo, y yo había presionado demasiado fuerte.

Pero antes de que explotará, yo iba a salir corriendo y eso era una promesa.

Y aquella noche, bajo el sonido de la lluvia, bajo el malestar de la fiebre y el dolor en los huesos, me prometí a mi mismo que antes de irme, encontraría una manera de hacerlo sufrir.

Eddie me había dicho alguna vez que las promesas no cumplidas se pagaban con la vida, y yo no iba a fallar.

Esa era mi promesa.

******


Para cuando me desperté, estaba en el bloque medico y escuchaba voces.

El enfermero Anderson y Eddie conversaban delante de mí.

¿Cómo había llegado allí? ¿Por qué?

—Sabes perfectamente que detesto al niño este. Pero... ¿Estas condiciones, Edward? ¿Qué demonios te pasa? —murmuró Anderson, bajando la voz para susurrar, pero estaba demasiado cerca y yo podía escucharlo perfectamente.

—Me hizo enojar —respondió Eddie como si nada.

—Eso no es excusa, animal.

—Tampoco vine a que me des un puto sermón, me importa una mierda tu opinión, solo quiero ver que tiene y porque no deja de temblar y llamar a su hermano.

Killing EddieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora