24. El mensaje

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Capítulo Veinticuatro

El mensaje

La música inundaba el auto, y ninguno de los dos había dicho nada desde que habíamos emprendido el viaje de regreso a casa. Era como volver a la realidad, a la que tarde o temprano teníamos que enfrentar. No podíamos permanecer toda nuestra vida en ese lugar, y las razones eran más que obvias. Y no necesitaban mencionarse.

Mi cabeza estaba recargada en el cristal, y observaba cómo pasábamos los árboles y montañas en el camino.

En los últimos tres días había sentido una inmensa felicidad que no me cabía en el pecho. Sin embargo, desde que me había levantado, he sentido una extraña sensación en el pecho y me he sentido muy rara.

Tanto así, que tuve que explicarle a Alex que no era nada referente a lo que había pasado en la noche anterior. Eso era un punto aparte, él me había hecho sentir especial y querida. La forma en la que me había tocado y besado cada parte de mi cuerpo. Todo había sido tan especial que sentí que era un dulce sueño. Sin mencionar las imágenes que Alex intentaba grabar en sus preciosas retinas. En esos momento deseé que nunca me dejara de ver de ese modo y fuese así por siempre. Era como si Alex quisiese guardar ese momento por la eternidad. La verdad es que dudaba que pudiese hacerlo, porque yo tampoco podría.

Era incapaz.

Solo que está sensación eclipsaba la felicidad que esperaba sentir al despertar en los brazos de Alex.

Me pregunta qué podía ser, y en ese momento fue como si la luz de una bombilla se encendiese en la oscuridad. En ese instante recordé la primera vez que había sentido algo como eso y que no había sido nada bueno. Mis manos comenzaron a sudar y mi corazón a palpitar con rapidez por el miedo que comenzó a surgir dentro de mí. Mis ojos viajaron inconscientemente a Alex y sentí terror de que fuese algo que lo implicara a él. No lo soportaría.

No está vez, no después de todo lo que había pasado.

—¿Algo va mal, cierto? —me observó por un momento antes de regresar su vista al camino.

Me aclaré la garganta y apreté mis manos.

—Nunca me ha gustado creer en estas cosas, pero estoy sintiendo una extraña opresión en el pecho.

—¿Ya lo habías sentido antes?

—Sí —confesé.

—¿Cuándo?

No habíamos hablado de esto desde esa noche, y no me gustaba tener que hacerlo. Ya no había nada que hablar.

—La vez que besaste a Kelsey al terminar el partido.

Una de sus manos dejó el volante y fue en busca para tomar la mía. Me le dio un pequeño apretón, y sonreí.

—Sabes que nunca volvería a hacer algo como eso.

—Lo sé, y no estoy diciendo que lo vayas a hacer, es solo que esa vez sentí algo muy parecido. Ese mismo dolor.

Él se lo pensó por un momento antes de responder.

—Tal vez es cuando sientes que algo malo va a suceder.

Esto no es un cliché, ¿o sí? Donde viven las historias. Descúbrelo ahora