16. El paseo

80K 7.2K 23.5K
                                    

Capítulo Dieciséis

El paseo

No podíamos ver absolutamente nada, aunque creo que ese es el punto de este juego. No les mentiré, tiene sus ventajas, de esa forma Alex no puede ver en mi rostro lo aterrada que estoy. Así que solo se puede escuchar nuestras respiraciones acompasadas, y podría jugar que también el latir nuestros corazones. No sé qué se supone que tengo hacer, ¿tendría que hablar yo primero?

Alex parecía haber leído mis pensamientos.

—No tenemos que hacer nada si tú no quieres —su voz le dio una vuelvo a mi pobre corazón.

Extrañaba que me hablara.

—¿Tú quieres hacer algo? —pregunté, y en el fondo deseaba que respondiera un "Sí".

Se quedó unos segundos en silencio.

—No.

Auch.

—Entiendo —la forma en que lo emití fue con tanta tristeza que desearía darme una abofeteada ahora mismo.

Aunque él no quisiera hacer nada, no me sentía incómoda por el silencio que había entre nosotros. Me sentían bien.

—No debiste haberle seguido la corriente a Caleb.

—No sabía que iba a hacer —era cierto, no sabía que él tenía planeado todo esto—. Si no querías formar parte de todo esto, no hubieses aceptado jugar con nosotros.

—Ni tú, ¿ibas a aceptar entrar con uno de esos chicos aquí? Estas no son cosas que tú harías —comentó.

Era raro el no poder verlo, pero algo me decía que se encontraba recargado en la puerta y apostaba lo que fuese a que estaba con los brazos cruzados. Mi pequeño corazón bombeaba con rapidez al imaginarme cómo reaccionaría si me acercara en este momento para robarle un beso que llevo tiempo deseando. Solo que hay un inconveniente, cuando pienso en rozar sus labios con los míos, solo recuerdo los suyos con los de Kelsey, provocando que ese deseo se esfume y solo sienta enojo hacia él. Eso hizo que me envalentonara para hablar.

—Eso es algo que a ti no te importa, y si lo hubiese hecho no le debo explicaciones a nadie. Estoy soltera y puede hacer lo que quiera y con quien quiera. ¿Lo entiendes?

Se burló.

—Sabes que eso no es cierto, no harías algo como eso.

—¿Y tú cómo lo sabes? —reté.

—Eres de las chicas que se ponen rojas con tan solo una mirada por parte de un chico. Eres demasiado dulce e ingenua para estas cosas. No deberías estar aquí.

—Las personas cambian —aseguré.

—Claro, pero insisto en que no lo harías.

—Tú no me conoces.

—¿Ah, no?

—No —afirmé.

Escuché sus pasos acercándose a mí.

—Sabes que estás mintiendo —el tacto de su mano sobre mi mejilla solo ocasionó que se erizará cada parte de mi cuerpo en reacción a él. Me maldije internamente.

Esto no es un cliché, ¿o sí? Donde viven las historias. Descúbrelo ahora