—¿Crees qué esto me hará callar? —su pequeña risa inundó la habitación—. Sería una pena que él se enterará de todo lo que hablas de él con tus amigas.

—Él nunca lo sabrá.

Esbozó una sonrisa traviesa.

—Oh, Alex es tan sexi, ¿viste como se miraba en el partido? Ay, me encanta cuando se pasa la mano por el cabello, hoy paso junto a mí, olía delicioso, ¿crees que un día me invite a salir?

—¡Cállate! ¡Solo cállate!

Él comenzó a cantar una estúpida canción.

—Alex y Mack, se gustan, se quieren, se besan sus bocas, se pasan el chicle, se tocan...

Abrí mis ojos por completo.

—¿Qué ibas a decir?

Cerró su boca y sus mejillas se tornaron rosas.

—Nada.

Me empecé a reír.

—Ibas a decir otra cosa, te atrapé.

—No, no es cierto —negó.

—Sí, sí es cierto.

—No le digas a mamá, por favor.

Me crucé de brazos.

—Bueno, eso te costará caro.

—Te prometo que nunca contaré sobre tus llamadas telefónicas vergonzosas. No se lo digas, por favor.

—¿Dónde aprendiste esa canción? —intenté reprimir la fuerte risa que se quería escapar de mis labios.

No soy una tonta, yo la cantaba en la primaria con mis compañeras, pero mi intención era ponerlo incómodo.

—En la escuela, mis amigos suelen cantarla —sus ojos se desviaron y su voz apenas fue un susurro.

—Interesante, no solo aprendes canciones no aptas para niños de diez años, sino que también vas a jugar a la escuela en vez de estudiar, esto sí que es material extra para que te comportes como un buen hermano.

—Lo que tú haces también está mal, se le llama chantaje.

Me encorvé para estar a su altura.

—No, se le llama ser inteligente y no dejar que te salgas con la tuya, así como sueles hacerlo siempre —pase mi mano por su cabello para sacudirlo.

—¡Mack, ven a desayunar! —gritó mi madre desde la cocina.

—¡Ya voy! —avisé—. Vamos, Connor, ¿no vendrás a desayunar?

Sus cejas se estrecharon y comenzó a rezongar por lo bajo mientras caminaba detrás de mí. Estaba enojado.

(...)

Tenía al profesor Joseph sentando frente a mí.

—Entonces, sí estoy entendiendo bien, usted quiere formar parte del diario, ¿verdad, señorita Davis?

Esto no es un cliché, ¿o sí? Donde viven las historias. Descúbrelo ahora