El Bosque Maldito I

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En la verde campiña de Tancor, un grupo de ocho jinetes tapados con capas y capuchas grises cabalgan con rapidez, tratando pasar desapercibidos por unas tierras para ellos desconocidas y hostiles. Su propósito era encontrar a la resistencia de Tancor y obtener su ayuda en la guerra contra Sharpast. El grupo seguía la orilla del Río Nares desde hacía diez días para poder guiarse con mayor facilidad en su camino al Bosque Maldito, evitando los caminos y calzadas, donde corrían más peligro de ser descubiertos. Solo se alejaban del río cada vez que se acercaban a algún pueblo o aldea, o cuando llegaron a Rognor, la ciudad más importante del centro de Tancor, a la cual no entraron para evitar cualquier tropiezo inesperado ya que, al fin y al cabo, estaban en territorio enemigo. No tuvieron encuentros extraños durante la travesía; los pocos campesinos y viajeros que hallaban, desconfiados y prudentes, se alejaban de ellos nada más verlos, temiendo que fueran algún grupo de bandidos o una banda de ladrones. Tampoco se toparon con ninguna patrulla enemiga ni vieron rastro alguno de guarniciones o tropas imperiales. Parecía que éstos habían abandonado el territorio. Ahora, tras trece días de viaje, Malliourn y sus hombres se encontraban muy cerca del bosque.

Las nubes grises cubrían todo el cielo. La lluvia, en forma de aguacero, caía de cara sobre sus mullidas ropas, lo que les impedía tener una visión precisa de todo lo que les rodeaba. El viento soplaba con inusitada fuerza sobre sus pálidas caras, soportando el frío que les penetraba hasta lo más profundo de su ser. Se protegían del agua únicamente con sus capas y capuchas grises, cuya función era doble: protegerlos del frío y la lluvia, y a la vez ocultar sus vestimentas y uniformes de Lindium, que podían delatarlos.

El temporal iba a peor. La lluvia caía con cada vez más persistencia y el viento no dejaba de soplar, pero los jinetes no detenían el paso.

‹‹Maldito tiempo —pensó Malliourn, disgustado—. No parece que estemos ya en primavera. A ver si llegamos ya al bosque. Al menos allí estaremos más resguardados.››

Empezó a oscurecer y la visibilidad, ya escasa de por sí, fue disminuyendo. La lluvia caía tan intensamente que tuvieron que parar y levantar rápidamente un pequeño campamento donde refugiarse. Intentaron encender un fuego, pero la madera que encontraron estaba demasiado húmeda para prender. Dormir se hizo imposible.

—Mierda de lluvia —dijo Darm—. Este tiempo no es normal en esta época del año.

—Estamos en otra parte del mundo muy alejada de nuestro hogar —dijo Malliourn—. El tiempo aquí es diferente.

—Y tanto, hace solo dos días hacía un calor insoportable, y ahora esto.

—Y todavía no hemos llegado al bosque —dijo Malliourn, sonriendo.

—Estas tierras son todavía más extensas de lo que me imaginaba.

La tormenta amainó a mitad de la noche; apenas habían descansado y aún menos conciliado el sueño. Con los primeros rayos de luz levantaron el campamento, tomaron un desayuno frugal y continuaron. No tardaron en divisar los lindes del bosque. Sus ojos quedaron eclipsados al ver su enorme extensión. El bosque ocupaba un gran espacio de miles y miles de hectáreas en el corazón de Sharpast. Aquél era el lugar donde un pequeño grupo de rebeldes mantenía en jaque al todopoderoso Imperio. Ejércitos enteros habían desaparecido en la inmensidad del bosque y nunca se había vuelto a saber nada más de ellos, de ahí el nombre que le pusieron los propios sharpatianos: Bosque Maldito.

La única forma de no perderse en su interior era siguiendo la corriente del Río Nares, que cruzaba el bosque hasta las montañas; un largo camino en el que pocos se atrevían a aventurar y que ellos, sin embargo, iban a seguir. El Imperio mismo había abandonado la idea de penetrar en su interior para intentar acabar de una vez por todas con la resistencia. Aquel bosque había quedado olvidado. Era un bosque maldito.

Sangre y Oscuridad I. Las Cinco EspadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora