La Batalla del Llano de Goldur XV

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Imril se había pasado casi toda la batalla observando cómo las infanterías de uno y otro ejército combatían durante horas sin que ni él ni sus mercenarios participaran, pero a media mañana, cuando las cosas estaban todavía igualadas entre los dos ejércitos, el Emperador dio la orden que esperaba con tanta ansiedad. Su infantería se puso en camino y se unió a la lucha. Ahora toda la infantería imperial estaba en el frente luchando contra un enemigo inferior en número y que empezaba a dar muestras de agotamiento.

Imril dirigía a sus mercenarios desde el flanco derecho; en esa zona parecía que el enemigo era más débil y, por consiguiente, allí debía estar él.

‹‹Yo quebraré la formación enemiga —pensaba mientras avanzaba por sus líneas—. Yo conseguiré la victoria. Están cansados, llevan luchando todo el día y no tienen refuerzos. Mis mercenarios se bastarán para conseguirlo. Mulkrod sabrá recompensarnos bien.››

Había tal aglomeración de hombres por todas partes que resultaba difícil moverse entre filas y llegar a la vanguardia, pero Imril, al ser un oficial, se movía con más facilidad ya que sus hombres le abrían huecos por los que pasar. Llegó acompañado por varios de los mejores guerreros de Ibahim, todos sedientos de sangre y con ganas de conseguir la gloria en el campo de batalla. Cuantos más enemigos mataran, mayor sería su recompensa. Por el momento, sus hombres lo estaban haciendo bien, pero no habían luchado todos y era difícil avanzar ante el muro de escudos enemigos. A esas alturas, de haber sido ellos los que luchaban en la vanguardia desde el principio, ya habrían deshecho la formación enemiga y puesto en fuga a su ejército, pero llevaban menos tiempo en primera línea y muchos de sus mercenarios estaban dispersos entre las líneas con los sharpatianos y vegtenos, y aunque la combinación era contundente, él estaba seguro de que si les dejaban a ellos solos romperían la formación enemiga rápidamente. Ya había estado en primera línea unos minutos, nada más llegar, pero solo había podido abatir a dos lindonianos. Estar mucho tiempo en vanguardia conllevaba sus riesgos, y más cuando el enemigo luchaba con cientos de lanzas en el frente. Pero en ese momento tenía ganas de sentir la adrenalina y el ardor del combate. ¿Y qué mejor forma de lograrlo que matar a unos cuantos?

—¡Reunid a todos los nuestros que podáis! —les ordenó a los que le acompañaban—. ¡Vamos a divertirnos un rato!

Sus hombres sonrieron y se adentraron en las filas a cumplir prestos la orden. En pocos minutos había una veintena de mercenarios de Ibahim reunidos y listos para entrar en combate.

‹‹Bastarán con ellos —pensó—. Los demás se irán sumando a nosotros.››

—¡Adelante! ¡Seguidme! —les dijo a los que le rodeaban—. ¡Quebremos su formación! ¡Por Ibahim, por Drom, y por el botín!

El oficial mercenario de Ibahim y sus hombres se adentraron en sus propias filas hacia la vanguardia, pasando por los huecos que los sharpatianos y vegtenos les abrían. Llegaron enseguida a las primeras filas. Los nuevos mercenarios cargaron sobre la formación con sus hachas, partiendo las lanzas de los enemigos y golpeando sus escudos. Imril se fijó en el blasón de los estandartes enemigos y distinguió un barco marrón sobre un mar azul.

‹‹El emblema de Landor —pensó.››

No era la primera vez que lo veía en un campo de batalla. Durante el sitio de Liuzul vio ese estandarte ondear en las torres de la ciudad durante meses, pero de eso hacía más de veinte años. Le sorprendió acordarse del emblema. Volvió a centrarse en la lucha. Algunos de sus hombres habían partido gran parte de las lanzas que había en esa zona, por lo que había menos peligro de que lo hirieran. Imril cogió carrerilla y cargó él también, golpeando con todas sus fuerzas a un escudo enemigo, desequilibrando al contrincante, por lo que, con su segundo ataque, el filo del hacha de Imril partió su mandíbula. Saltaron por los aires dientes, trozos de hueso astillados y sangre, mucha sangre. El compañero del soldado que acaba de abatir intentó vengarlo, pero Imril fue más rápido y se apartó a tiempo, esquivando el espadazo enemigo; giró sobre sí mismo y cercenó su brazo con un fuerte golpe vertical. En pocos segundos había abatido a dos enemigos. Estaba pletórico, pero entonces sintió un dolor cortante en la pierna. Una lanza enemiga le había rozado, rasgándole la protección de cuero que tenía ahí, además de piel y carne. Imril reaccionó a tiempo para retroceder antes de que le volvieran a alcanzar y sus hombres se pusieron por delante para cubrirle. Una vez a salvo, se miró la herida. Sangraba un poco, pero el corte no era demasiado profundo.

Sangre y Oscuridad I. Las Cinco EspadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora