La Batalla del Llano de Goldur XVI

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Glorm sacó la espada al comprobar que su rival estaba muerto. Sin tener un momento de respiro, los enemigos que habían presenciado el combate se abalanzaron sobre él para vengar al guerrero que acababa de matar. Glorm se refugió tras los escudos de sus hombres, que lo protegieron de la embestida enemiga. Estaba cansado, la lucha con el mercenario le había afectado.

‹‹Ese guerrero era duro —se dijo—. Creo que la espada no era lo suyo. De haberme enfrentado con él con el hacha que tenía igual no lo habría contado.››

Aún le quedaban fuerzas suficientes para llevarse a bastantes más por delante. La batalla no había terminado. Volvió a la primera fila a luchar junto a sus mejores hombres y para alentar al resto a que siguieran resistiendo. Cada golpe de los mercenarios rompía o abollaba un escudo, cortaba brazos o piernas, y partía yelmos y cráneos. Sus ataques eran imparables, pero su ventaja ofensiva limitaba su defensa, ya que tenían un escudo reducido para tener mejor movilidad, y que solo lo usaban en contadas ocasiones; eso era aprovechado por los infantes de Lindium, que herían y mataban a bastantes mercenarios, rajando sus piernas y brazos antes de que atacaran, pero, una vez iniciaban el ataque, nada los podía parar. Los vegtenos, más que una ayuda eran un incordio para esos guerreros, pues luchaban porque les obligaban, no por dinero o patriotismo. Su fidelidad a Sharpast era muchas veces escasa e incluso inexistente; en cambio, los mercenarios sabían que Mulkrod los recompensaría por su valor y arrojo en la batalla. Así se ganaban la vida y lo hacían bien.

Toda esa vorágine de guerreros luchando juntos: mercenarios, vegtenos y sharpatianos, estaba empezando a hacer verdadero daño y aún más en el flanco que defendían los infantes de Landor que, con menos hombres, luchaban contra una masa interminable de guerreros que no cejaban en su intento de romper su formación. Glorm se dio cuenta de que, tarde o temprano, su línea se rompería y todo acabaría. Si algo no cambiaba en algún otro flanco el suyo se derrumbaría. Volvió a la vanguardia. Debía conseguir infundir valor y dar ejemplo a sus hombres; no tenía más alternativa si quería conseguir que aguantaran. Varios vegtenos intentaron dañarle con sus lanzas, pero su escudo detuvo los golpes y, con un rápido movimiento, golpeó el escudo de uno de ellos, haciéndole perder el equilibrio, lo que provocó que dejara un espacio desprotegido entre la cabeza y el cuello. Su espada se dirigió con fuerza a ese punto. El golpe dio de lleno en el yelmo del vegteno, partiéndole el cráneo. Otro enemigo intentó auxiliar a su compañero, pero el escudo de Glorm le golpeó de lleno, haciéndole caer al suelo. Sin poder reaccionar a tiempo, el soldado sintió una hoja fría penetrar en sus carnes. Glorm sacó su espada de las tripas de aquel moribundo y miró a su alrededor. Sus hombres estaban flaqueando y el enemigo atacaba con más fuerza. Los mercenarios y sharpatianos estaban empezando a crear una brecha en su zona y sus hombres retrocedían ante las espadas y hachas. Solo una docena de fieles se mantenía en su puesto para proteger a su general.

—¡Mantened la posición! —gritaba Glorm—. ¡Resistid por Landor!

Glorm intentaba desesperadamente cerrar la brecha, pero no conseguía nada. Sus hombres retrocedían poco a poco, y él y los pocos que mantenían la posición empezaban a ser rodeados, primero por decenas y luego por centenares de enemigos. Ya no había escapatoria. Solo podían seguir luchando. Sus hombres se mantuvieron juntos, cerrando los huecos con los escudos, pero les atacaban por todas partes. Uno a uno iban cayendo todos. Se llevaron a muchos por delante, pero cada vez eran menos. Las hachas de los mercenarios arrancaban los escudos, las lanzas de los sharpatianos les atravesaban y seguían avanzando. Ya solo quedaban media docena; todos cansados y la mayoría heridos.

Glorm se sentía incómodo. Si iba a morir mejor hacerlo en un espacio más amplio donde poder moverse con facilidad y matar a más enemigos. Se adelantó unos pasos y atacó. Detuvo la estocada de un enemigo y contraatacó, segando la pierna de su adversario, que cayó al suelo dando terribles alaridos mientras intentaba taponar la pierna seccionada para no desangrarse. Un mercenario lanzó un terrible ataque con su hacha hacia Glorm, pero consiguió esquivarlo y atravesarle el corazón con su espada. Varios contrincantes intentaron rodearle, pero, con un ágil movimiento, rajó la cara de uno, hirió en un brazo a otro y detuvo con su escudo el ataque de un tercero.

Cada vez tenía a más enemigos a sus lados. No podía cubrir sus espaldas. Sus hombres estaban casi todos muertos. Solo quedaba él y tres valientes que resistían junto a su general. Glorm ya no se sentía cubierto, su sensación era la de estar totalmente rodeado; no obstante, pocos se atrevían a atacarle por temor a caer bajo el filo de su espada. Ya habían visto cómo se las gastaba ese guerrero; no pocos intrépidos habían caído fulminados por su brazo. Un sharpatiano se cruzó con él, pero recibió de lleno su escudo en el rostro, partiéndole los dientes. En ese momento, Glorm sintió cómo le rasgaban la piel y los músculos de su pierna derecha. Le habían herido. Un vegteno le había atacado desde el suelo con una daga. Glorm tuvo que ceder por la pierna dañada. Al caer consiguió atravesar con su espada al vegteno, pero un mercenario aprovechó la ocasión y le golpeó con su hacha. Glorm alzó el escudo, salvando la vida, pero su protección salió disparada. Ya no tenía defensa alguna, solo su espada. Se levantó como pudo, pero la lanza de un enemigo le atravesó el pecho. Sintió un dolor intenso y punzante. Sabía lo que significaba. Era su fin.

‹‹He fallado. Les he fallado a mis hombres, le he fallado a mi reino —pensó, perdiendo la esperanza—. Todo ha terminado.››

Ya no tenía fuerzas para contraatacar, se sentía muy débil. Decenas de guerreros se abalanzaron sobre él, clavándole y rajándole con sus espadas y dagas por todo su cuerpo. Glorm cayó de rodillas. Estaba rodeado por unos hombres que le golpeaban y le atravesaban con sus frías hojas, pero ya no sentía dolor, se sentía bien. Exhaló su última ráfaga de aire y desapareció en las sombras.

Mulkrod estaba animado. Veía la victoria cerca, pues sus hombres estaban a punto de romper la línea de Lindium. Solo era cuestión de tiempo. Se encontraba cerca del frente, montado en su caballo junto a su guardia personal, recorriendo de un lado a otro el campo de batalla en busca de una brecha o algún punto débil, y lo había encontrado en el flanco derecho, donde sus hombres hacían retroceder al enemigo.

‹‹Hemos ganado —pensó, radiante de felicidad—. Solo un poco más y venceremos.››

Había permitido a Reivaj que entrara en combate y a punto estuvo de romper el centro de la línea enemiga él solo, pero de alguna forma le habían derrotado y el enemigo se había rehecho en el centro. Reivaj estaba furioso, pero estaba vivo; la batalla continuaba y ahora el enemigo se replegaba por la derecha. Por el momento lo hacían de forma ordenada, pero no tardarían en desbandarse. Pronto toda la infantería de Lindium huiría del campo de batalla. Estaba disfrutando viendo cómo conseguía la victoria. Aquél sería un día de celebración en todo el Imperio. Le hubiera gustado estar en primera línea combatiendo, al menos por un rato, para demostrar su fuerza y valor, pero su vida no debía correr peligro tan tontamente. Él era el Emperador; si él caía, todo el ejército lo haría con él, y con ello su imperio.

‹‹No debo correr ese riesgo. La gloria será mía de todos modos.››

—¡Adelante, seguid avanzando! —decía—. ¡Un esfuerzo más y serán nuestros!

Un jinete llegó cabalgando hasta su posición tras recorrer todo el campo de batalla y más. Mulkrod no prestó atención en el recién llegado. Era mucho más importante lo que ocurría delante de él, pero el jinete se detuvo a su lado. Mulkrod le miró. Era Marmond. Su hermano estaba cubierto de sangre, aunque ésta no parecía que fuera suya, por lo menos no toda. Tenía un pañuelo ensangrentado que le tapaba un ojo, pero eso era lo menos importante en ese momento.

—¿Qué haces aquí? —le preguntó Mulkrod,extrañado—. ¿Has derrotado ya a la caballería enemiga?

Sangre y Oscuridad I. Las Cinco EspadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora