La Torre de Zigrug XVI

1.6K 160 26
                                    


Los pocos sharpatianos que quedaban en el patio huían dejando sus armas sobre el terreno. Habían sufrido muchas perdidas y el hecho de haber visto cómo Niemrac, la gran hechicera, era derrotada, provocó que los supervivientes huyeran despavoridamente hacia la segunda torre. Los arqueros hacía tiempo que habían visto perdida la batalla y habían huido, refugiándose en la torre los que pudieron y, los que no lo lograron, abandonaron el recinto huyendo a los campos. Las puertas de la torre se cerraron a cal y canto antes de que entraran todos los supervivientes; la puerta quedó apuntalada para que los reclusos no se hicieran con el control de la segunda torre. Entonces los presos acabaron con todos los soldados de la guarnición que suplicaban por sus vidas bajo las escaleras de la torre, dejándolas teñidas de sangre. Ya eran dueños de casi todo Zigrug; la victoria era suya, eran libres, por lo menos así se sentían.

Los sharpatianos encerrados en la segunda torre observaban impotentes desde las alturas cómo los presos mataban a los últimos supervivientes y asaltaban los edificios de la guarnición, los arsenales, el establo y los almacenes. Era un desastre sin precedentes y una terrible humillación.

Neilholm llevó a Umdor en brazos hasta Halon para que le atendiera. Había protegido a su camarada desde que le hirieron durante el combate y no se había apartado ni un momento de su lado. Ningún enemigo se acercó a él lo más mínimo. El joven miembro de la resistencia no paraba de sangrar por la nariz y le dolía mucho la cabeza, pero por lo demás estaba bien.

—¡Suéltame de una vez o pensarán que esto es más grave de lo que realmente es! —dijo Umdor, molesto.

—Hace un momento no podías ni moverte —dijo Neilholm.

—Sí, pero solo en un principio, luego me estaba haciendo el muerto. Ahora estoy bien. ¡Bájame! Esto es humillante.

Neilholm le dejó en el suelo para que Halon, que acababa de llegar, le atendiera; le dio elixir de díctamo para calmar el dolor, unas raíces para parar la hemorragia y le colocó la nariz con un hábil movimiento de su mano. En ese momento, Umdor casi perdió la consciencia del dolor.

—¡Ahhhh! —gritó—. ¡Joder, mierda...! ¡No veas cómo duele! ¡No decías que ese líquido me calmaría el dolor!

—El efecto no es inmediato y solo calma un poco —dijo Halon—. Pero créeme, podía ser mucho peor, así que no te quejes tanto.

—No podías haberme dado el licor de tebano.

—El licor de tebano es demasiado valioso, y tu herida, aunque es dolorosa, no lo es lo suficiente como para usar el tebano; además, acabarías diciendo demasiadas tonterías. El licor solo lo usamos con heridas realmente dolorosas.

—Mala suerte la mía, tenían que haberme arrancado la nariz —dijo Umdor, tomándoselo con humor—. Seguro que así me darías un poco de licor.

—Es posible.

—¿A cuántos hemos matado? —preguntó Umdor mientras Halon le limpiaba la sangre seca de la cara con mucho cuidado.

—A muchos —dijo Neilholm—. Solo en el patio hay más de un centenar de cadáveres, pero también han caído muchos de los nuestros.

—Increíble —dijo Umdor—, ¿quién iba a decir que realmente lo conseguiríamos? Hemos vencido a la guarnición y hemos tomado Zigrug.

—Todavía no hemos escapado —dijo Neilholm—. Estamos en medio de Sharpast y acabamos de liderar un motín a gran escala. Pronto todo el Imperio se movilizará para capturarnos.

—Nuestra situación no es tan drástica —dijo Halon mientras terminaba con Umdor—. Zigrug está levantada en medio de la nada. Las grandes urbes del Imperio están lejos de aquí. Cuando se movilicen para buscarnos estaremos lejos.

Sangre y Oscuridad I. Las Cinco EspadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora