Rebelión y espadas IX

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Todos los pueblos de la zona se enteraron en un breve periodo de tiempo del inicio de la rebelión, y de que su antiguo rey había regresado para liberarlos de la tiranía y la opresión imperial. Enseguida muchos pueblos prometieron su apoyo y se adhirieron a la causa, incluso enviaron algunos milicianos armados con palos, hoces, guadañas, hachas y algunos arcos. En total, casi doscientos hombres llegaron a Greden en dos días. Eran pocos, pero Elmisai sabía que, según se fueran propagando las noticias, muchos otros se irían uniendo a sus filas. 

Más tarde, Elmisai se reunió con la nueva asamblea recién creada en el mismo salón donde había ordenado su creación. Se trajeron más mesas y sillas para que hubiera espacio suficiente para los veinticuatro nuevos miembros de la asamblea y su rey. Allí les dijo qué era lo que esperaba de ellos y les pidió que fueran perseverantes y pacientes, puesto que el proceso para lograr la independencia y libertad plenas sería largo y costoso, pero que era necesario por el bien de todos. Por último la asamblea le juró lealtad. Una vez terminó la reunión, empezó otra con su consejo militar. Debían tomar decisiones importantes para el buen desarrollo de los acontecimientos. Elmisai había ideado ya su plan. Ahora tenía que consultarlo con sus oficiales.

—Si tomamos Nair Calas dominaremos todo el norte de Tancor —les dijo—. Es la ciudad más importante de la región y una de las antiguas capitales del reino.

—Todavía somos muy pocos —le dijo Elisei—. No estamos preparados para tomar una ciudad amurallada.

‹‹Mi hermana siempre tan prudente —pensó Elmisai—, así no se consigue nada. Hay que pasar a la acción y hacerlo ya.››

—Hay que intentarlo —insistió—. Por el camino se nos unirán muchos más.

—Podríamos construir escalas y trepar por los muros —sugirió Umdor.

—Es imposible —dijo Dungor, que no estaba de acuerdo con la idea de atacar Nair Calas—. Con las fuerzas con las que contamos ahora lo único que se puede hacer es una guerra de guerrillas. Intentar tomar una ciudad amurallada es un suicidio. Ni siquiera sabemos cuántos hombres hay defendiendo la ciudad.

—Apenas una pequeña guarnición —dijo Elisei—, puede que menos de un millar, pero me temo que eso es más que suficiente para repelernos.

—Exacto —dijo Dungor—. Somos muy pocos para tomar una ciudad amurallada con una guarnición importante. Yo recomiendo que vayamos al oeste y sembremos el terror entre las filas de Sharpast, ataquemos por sorpresa a destacamentos reducidos, embosquemos a las caravanas de provisiones y, cuando envíen un ejército a por nosotros, nos refugiaremos en el bosque.

—Ésa es una clase de guerra que ya utilizamos en el pasado —dijo Elmisai— y mira cómo acabamos. Mi reino esclavizado y yo prisionero.

—Podríamos intentar un ataque por sorpresa —insistió Umdor—, al igual que hemos hecho con Greden.

—No pasará mucho tiempo antes de que todo Sharpast se entere de lo que ha pasado aquí —dijo Dungor—, si no lo saben ya. La sorpresa se acabó cuando tomamos esta villa. Atacar Nair Calas de noche no servirá.

—Aun así tiene que haber alguna forma —siguió Umdor.

—No la hay —dijo Dungor—. No estamos preparados para sitiar una ciudad. Solo podemos desgastar al enemigo poco a poco. Es la única forma.

Elmisai discrepaba.

‹‹No lo entiende, no conoce estas tierras ni a nuestro pueblo —pensó Elmisai—. No sabe cómo luchamos en el pasado. No sabe nada de nosotros.››

Sangre y Oscuridad I. Las Cinco EspadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora