La Torre de Zigrug V

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A los pocos días hallaron, al sur de los Montes Huarpales, bajo una colina, la inconfundible Roth Ingul. La ciudad estaba atravesada por el Río Shirems, que la dividía en dos zonas unidas por cuatro puentes. Roth Ingul comerciaba directamente con la capital del Imperio por medio del río y de uno de sus afluentes, el Río Megradas, que era navegable en prácticamente la totalidad de su curso, permitiendo el tránsito de barcos de vela siguiendo la corriente o de remos para superarla. El tráfico fluvial era muy intenso.

Roth Ingul, a diferencia de otras grandes urbes del Imperio, no estaba amurallada, puesto que, los restos de la vieja muralla que en los inicios de la Conquista la había rodeado, se encontraba medio derruida; el desuso y el paso del tiempo la habían convertido en un montón de ruinas, por lo que los habitantes de la ciudad habían usado los bloques de piedra del muro para construirse sus propias casas. Al margen de esos restos, Roth Ingul tenía una serie de fortificaciones que rodeaban parte de la ciudad hasta el río, construidas precariamente para defender la ciudad en el caso de que el ejército de Lindium hubiera llegado hasta allí, aunque ya no eran necesarias.

Alrededor de la ciudad se extendían extensos campos de cultivo y tierras para el pasto del ganado. Las tierras cercanas al río eran ricas y fértiles.

Mientras se acercaban a la ciudad vieron a una gran cantidad de soldados trabajando en los alrededores. Algunos construían empalizadas y torres, otros cavaban fosos, pero muchos otros desfilaban o simplemente se movían libremente de un lado a otro. Algo fuera de lo normal ocurría allí dentro. Había muchos soldados. Demasiados. Al llegar a la entrada pudieron ver que había un control para entrar o salir y una larga línea llena de hombres a pie, en carros o con mulas de carga; parecían campesinos y comerciantes que querían vender sus productos.

—Si nos preguntan dejadme hablar a mí —dijo Arnust.

Pasaron de la cola y entraron en la ciudad, pero unos soldados les detuvieron antes de llegar al control.

—¿De dónde venís y qué hacéis aquí? —les preguntó.

—Venimos de Goldur —dijo Arnust—. Buscamos a unos fugitivos que atacaron una aldea en Faren y mataron a varios soldados. Recibimos la orden de buscarlos y capturarlos. Creemos que pueden estar aquí.

—¡Ah, ya lo recuerdo! —dijo el soldado—. Ayer llegó un grupo que nos lo contó. Debían ser vuestros compañeros. Podréis encontrarlos en la casa del gobernador o en la del capitán general. Bien, podéis pasar.

Entraron en la ciudad. Arnust se sintió aliviado cuando los guardias de la entrada les dejaron pasar sin poner trabas. Pasado el peligro inicial, podrían pasar desapercibidos entre los cientos y cientos de soldados que abarrotaban las calles y por las multitudes de civiles que allí vivían y que se agolpaban por todas partes. Los mercaderes y comerciantes paseaban por las calles y vendían sus productos en pequeños puestos; las mujeres respetables salían acompañadas por sus criadas para comprar o simplemente para ver los productos más exóticos del mercado; los niños jugaban junto a las decenas y decenas de soldados que patrullaban la ciudad. Los soldados de permiso se divertían en tabernas o con prostitutas que, por unas pocas monedas, vendían su cuerpo en calles estrechas y malolientes.

Las casas eran de dos y hasta tres pisos con grandes ventanales adornados, los techos eran en su mayoría planos, pero también había adosados a dos aguas. Las calles eran sucias y embarradas; los desechos, la orina y las heces eran arrojadas en medio de la calle y pisados por los transeúntes. El olor era difícil de soportar, pero aquellas gentes estaban ya acostumbradas a convivir con el hedor.

Por encima de todo había algo que les llamaba la atención y que no les agradaba: por todas partes había demasiados soldados. No podía ser que la guarnición de la ciudad fuera tan numerosa.

Sangre y Oscuridad I. Las Cinco EspadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora