Capítulo 20: Ladrón de guante blanco

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Me despertó un rayo de sol. ¿Suena idílico? Pues no, no lo era. A saber qué había en esa ciudad para deformar así al pobre astro rey, pero me estaba abrasando los ojos. Me incorporé, haciendo visera con la mano apoyada en la frente y soltando un par de maldiciones en español..., solo para ver a Alexander abriendo la ventana.

—¡Es que yo no sé si eres imbécil o sólo me lo parece! —añadí a la retahíla de improperios. 

—Vaya, hombre, ya vuelves a ser un cavernícola con piel de persona normal —replicó él, frunciendo el ceño. Estaba de espaldas a la ventana, ya que se había girado para hablar conmigo.

—Ay, NO TE MUEVAS —ordené. Alexander se envaró, pero se quedó más tieso que un palo—. Ahora, un pasito a la derecha.

El chico me hizo caso, y su cabezón me bloqueó por fin el sol. Volví a tumbarme, con la agradable ausencia de la luz que me quemaba los párpados, y me subí las sábanas un poco más.

—Fuah, perfecto. Ahora quédate así durante una horita o dos.

—¡No tienes morro tú ni nada! -se escandalizó Alexander cuando vio para lo que le quería allí de pie.

—Es inteligencia, suele dar lugar a confusión —le expliqué con un bostezo, abriendo un ojo.

—Pues me parece que lo estás confundiendo tú con tu propia pereza personal. Levántate de una vez, son las dos de la tarde.

—¿Y eso qué más da? Yo me sigo sintiendo como si me hubiera pasado un camión por encima, y quiero dormir más —añadí, arrugando la nariz y haciendo un puchero.

—Por Dios, eres como un perezoso —soltó.

—Sí, lo sé. Vete a comer o algo, porque oigo cómo rugen los unicornios en tu tripa, pero yo no me muevo de aquí.

—¿¡Unicornios!? Eso es muy gay. Extremadamente gay.

—Es que tú a veces eres muy mariposón —repliqué—, aunque tienes razón. No quisiera que ningún homosexual se sintiera ofendido.

—Soy yo el que debería ofenderme —respondió—, porque no sé yo qué me verás, pero de gay tengo bien poquito.

—Pues, sinceramente, tienes unos ademanes que, a veces...

—¡No tengo ningún impulso de besar a otros tíos! Estoy bastante seguro de que me van, al menos hasta ahora, las mujeres.

—Nunca se está lo bastante seguro —contesté, con un toque teatral.

—¿No te has planteado tener un poco de eso que llaman "vergüenza" o de eso otro, "mente sana"?

—Pfff, vaya pérdidas de tiempo. Actualmente tengo una esperanza de vida de 89 años, lo que significa que tengo unos setenta y cuatro o setenta y tres y medio, no me apetece restar, para hacer lo que sea que tengo o me apetece hacer en este planeta. No merece la pena perderlos censurando lo que digo o pienso.

—Odio que te pongas filosófica, no sé por dónde demonios vas —dijo, sacudiendo la cabeza—, pero en fin, allá tú. Sólo digo que hay sitios en los que te echarían por escándalo público.

—Los gays no son un escándalo público. Son gente como tú y yo —salté, abriendo el otro ojo. Me incorporé un poco, apoyándome en el codo, y le lancé una mirada furibunda.

—¿Es que me ves pinta de ir a desfiles del Orgullo y de ser abanderado del arcoíris?

—No me seas superficial, ya sabes a lo que me refiero. No es ninguna enfermedad, y no te metas con los que llevan la bandera multicolor. Bien orgulloso que está mi tío de ella —añadí, recordando la funda para el teléfono que tenía. Ponía "PROUD GAY" con letras doradas y purpurina. Otra cosa no, pero el orgullo, bajo todas sus formas, lo había inventado mi familia.

La Cazadora (PJO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora