Capítulo 5: El taxi endemoniado

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Después de llegar a aquella conclusión, me sentí extrañamente vacía. Una cosa era no sentirme demasiado querida, que bueno, podía pasar; pero de ahí a saber que había gente que deseaba que no hubiera nacido... En fin, era muy distinto. Pensé que lloraría, pero estaba hueca por dentro. Era como si me hubieran sacado todos los sentimientos y emociones del alma y los hubieran tirado. Cojo unos sentimientos, los tiro por el retrete, y ya son los sentimientos de una semidiosa los que se han ido por el retrete...

Leslie abrió la boca para decir algo, pero luego la cerró. Supongo que comprendió que nada de lo que dijera iba a ser de ayuda, así que tuvo el tacto de callarse y no hacer ningún comentario. Tras un incómodo silencio, la sátiro suspiró y sacó unos dracmas. Arrojó uno a la carretera.

Stéthi. ¡Ó hárma diabolés! —gritó en griego antiguo antes de tirar la moneda. Traduje lo que estaba chillando como si estuviera loca: "detente, Carro de la Condenación." Sonaba tranquilizador.

En lugar de oír el repiqueteo del metal sobre el asfalto, el dracma desapareció en el asfalto, como si lo hubiéramos tirado al agua en vez de a la carretera. Tras unos segundos, el pavimento se oscureció y empezó a derretirse, hasta adquirir el aspecto de un charco de sangre del tamaño de una plaza de aparcamiento, y de ahí emergió un coche. Muy normal todo, desde luego.

Saludé con una mano a mi vecina, que paseaba al perro y debía estar viendo a un par de adolescentes mochileras chillándole al suelo como si no hubiera un mañana. Un bocinazo devolvió mi atención al lugar correcto.

Aquel coche se parecía bastante a un taxi de Nueva York, pero no era amarillo, sino gris. Me dio la impresión de estar formado por humo, como si pudiera atravesarlo con alargar el pie. Había algo escrito en la puerta, algo así como MERANHSA SIEGRS, pero no me dio tiempo a descifrarlo. La ventanilla de la puerta del conductor se bajó, y una horrible vieja asomó la cabeza.

 Se parecía mucho a Enio, sólo que esta tenía el pelo aún más estropajoso. Las greñas grisáceas le cubrían los ojos, y sacó una mano de dedos huesudos por la ventanilla.

—¿Cuántos pasajeros? —preguntó. Más que hablar, farfullaba, como si estuviera borracha pero no quisiera que se le notase.

—Dos al Campamento Mestizo —contestó Leslie. Me señaló la puerta trasera como si  nada. Me quedé mirando a la vieja durante unos segundos más antes de que Leslie me soltara una coz para que subiera al taxi de una vez. Ella subió detrás de mí.

El interior también era gris, pero no parecía estar hecho de humo, sino que era deprimentemente sólido. Los asientos estaban muy desgastados, llenos de bultos, muelles y rajados. No había nada que nos separara de la abuelilla que conducía. Un momento... No era una. En el asiento del conductor se apretujaban tres viejas, todas ellas con el pelo igual de grasiento y el mismo vestido de arpillera gris. Me dieron algo de lástima, pero enseguida cambié de opinión.

—¡Canadá, nada menos que Canadá! ¡Tierra fría e inhóspita donde las haya! —graznó la que había sacado la cabeza por la ventanilla—. ¡Ese viejo potro de Quirón nos debe una buena propina por venir hasta este lugar maldito!

Mientras se quejaba y se metía con mi tierra natal, pisó el acelerador con tal fuerza que casi me abro la cabeza con su asiento. Leslie me agarró (con lo que me salvó la vida), y me echó hacia atrás con un fuerte tirón. De pronto empezó a sonar por los altavoces un mensaje pregrabado: "¡Hola!, soy Ganímedes, el copero de Zeus, y cuando salgo a comprarle vino al Señor de los Cielos, ¡siempre me abrocho el cinturón!". Bajé la mirada, y vi una cochambrosa cadena negra.  Dudé entre si ponérmelo o no, pero un frenazo brusco me convenció del todo, así que me lo abroché a toda prisa.

La Cazadora (PJO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora