XII

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¿Quién tocaba la puerta de ese modo tan desesperante? Eran más de las once de la noche, y su hijo estaba durmiendo ya.

Erit la abrió, y miró confundida al hombre del otro lado. Tenía el rostro arañado, una herida bastante profunda, y se notaba que había estado llorando.

—¿Qué te pasó?

—Necesito ayuda —le dijo en un tono quebrado—. Mi madre ya es una mujer mayor, y no puedo ir así a su casa, ella se preocuparía mucho. Y mis amigos... Todos tienen sus familias.

—¿Y por qué no vas a tu hogar? Tu mujer estará preocupada.

Al decir aquello, Jeak miró hacia abajo y comenzó a llorar.

Erit suspiró y abrió la puerta para que entrara.

—Sígueme.

Cruzaron la sala, y salieron hacia una habitación vidriada, una especie de vivero, que daba al jardín trasero de su hogar.

—Toma asiento —le dijo encendiendo la luz, antes de encender un mechero, y poner un poco de agua a hervir.

Lo miró, él realmente lucía desecho, tal vez, ya se había enterado lo de la niña.

Tomó un mortero de mármol, y buscó en unos frasquitos unas semillas, antes de contar unas seis y colocarlas allí. Buscó entre sus plantas una especial, y cortó dos hojitas. Volvió hacia una alacena, y tomó una flor seca de color rosa pálido, echándola también, antes de usar la maneta y machacar todo.

—¿Quieres hablar?

—Ella me engañó todo este tiempo, la niña ni siquiera es mi hija, y si yo no hubiese sospechado, y no lo hubiera descubierto, quizás nunca me hubiese dicho la verdad —sollozó con tristeza.

Ella lo observó en silencio, y colocó lo que había machacado en otro recipiente vacío, agregándole el agua caliente.

—Nos casamos hace cuatro años, jamás creí que sería capaz de hacerme algo así. Yo la amaba.

Erit coló el té que se había hecho en una taza, y lo tapó con un platito de porcelana.

Tomó un cuenco de piedra, y buscó en su alacena unas ramitas secas, echándolas junto a unas hojas en forma de estrellas.

Dejó el cuenco sobre la mesa, y lo último que tomó fue una pomada con olor a menta, acercándose a él para untar sus dedos índice y medio, y pasar un poco por la frente de él, sus mejillas y su mentón.

Dejó la pomada, y encendió las hierbas del cuenco de piedra, soplando suavemente para que comenzara a quemarse y largara un humo blanco, que ella acercó a él.

Lo pasó por encima de su cabeza, por enfrente de su rostro, y Jeak cerró los ojos, ya dejando de sollozar, sintiendo ese suave aroma que de algún modo, estaba logrando que se tranquilizara, y el aroma a menta descongestionara su nariz.

Al abrir los ojos, Erit estaba colocándole algo de miel al té, antes de dárselo a él.

—Bébelo despacio, si aún está muy amargo, puedo ponerle más miel.

—G-Gracias.

—No hay de qué.

Buscó un mortero más pequeño, y colocó otros tipos de hierbas, hojas, y un trozo de planta de aspecto viscoso, antes de moler todo por un buen rato, y colocar la pomada resultante en un recipiente redondo y de poca profundidad.

—Es una pomada antiséptica y cicatrizante, te ayudará con las heridas de tu rostro. Lávate bien la cara con agua y jabón neutro, y luego colócala con tus manos limpias sobre la zona.

—S-Sabía que tú podrías ayudarme, sólo... Q-Que no creí q-que querrías hacerlo.

Ella tomó un pequeño fruto amarillo de un arbusto, y se sentó en otra silla, mirándolo antes de llevárselo a la boca.

—¿Crees que las prostitutas sólo son amables al momento de follar? En el fondo, viniste aquí porque sabías que te ayudaría. No soy como las personas que has conocido, con los que te rodeas y crees que son tus amigos, y lo sabes.

—Sé que ustedes conocen sobre éstas cosas, medicinas naturales.

—Ah, entiendo, ésta vez no viniste buscando la puta en mí, sino la bruja que alivie un poco tu corazón herido ¿O ego debería decir?

Él miró hacia abajo, sin decir nada.

—Somos mujeres serviciales en todo sentido, Jeak. Y más allá del trato que tú tuviste conmigo, de las cosas que dijiste, siempre que necesites ayuda, puedes venir. Se muchas cosas, no sólo follar —sonrió.

...

EritmaWhere stories live. Discover now