Capítulo 44

154 14 3
                                    

Capítulo 44

LUCAS

No lo iba a seguir. Por el amor de Dios ―si es que existía uno y me estaba entregando mi última oportunidad para hablar con mi amigo de la infancia― no me iba a bajar del auto y perseguirlo como un idiota. No. Él fue quien dejó de verme, el que, de la nada, decidió que nuestra amistad estaba "terminada".

Pero por más que me enoje con Gabriel sobre ello, ¿realmente la culpa residía en él?

Si una persona deja de hablarte, de visitarte, ¿la razón no eres tú? ¿No tendría que haber algo malo contigo?

¿Conmigo?

Aún recuerdo lo miserable que me había sentido aquellas semanas. El cómo la vergüenza se había acumulado lentamente en mi pecho. Siempre había sido muy precavido con lo que decía y hacía; pero en aquel entonces no había parado de pensar en qué había hecho para que Gabriel me dejase de tal forma abrupta.

Aunque en realidad, no había sido exactamente así. Gabriel había actuado extraño aquellos días, y a pesar de que quería evitar pensar lo peor, una parte de mí tenía la sensación de que algo estaba a punto de pasar. Sin embargo, eso no le sacaba peso a la situación: seguía doliendo. Y lo siguió haciendo durante todos aquellos años que le siguieron, cuando intentaba hacer nuevas amistades, conocer personas nuevas, entablar conversaciones con otros niños. Pero sabía que nunca encontraría nada parecido a aquella conexión que teníamos Gabriel y yo.

Lo seguí con la mirada gracias al espejo retrovisor. Me sentía un intruso allí, como si no perteneciese a aquel mundo. Al mundo de Gabriel. Pensé que capaz nunca lo haría, ni nunca lo había hecho cuando era niño.

Tendría que haberlo supuesto cuando le preguntaba porqué nunca íbamos a jugar a su casa. Siempre me daba la excusa de que como su madre trabajaba en la casa de mi padre, era más fácil encontrarnos siempre allí. Y nunca quise profundizar más en el tema, porque cada vez que mi padre entraba en mi cabeza, era como si un sombra inmensa se posicionase entre él y yo. Un muro que había creado desde que había tenido la capacidad de pensar.

Gabriel se alejaba más y más. Por alguna razón sentía que aquella sería, realmente, la última vez que lo vería. Que luego yo me iría a estudiar muy lejos de allí y era probable que no volviese a la ciudad.

Pero, ¿qué hacía aquí, de todos modos? Parecía como si conociese el sitio bien, como si ya llevase tiempo aquí. Fruncí el ceño y apreté los puños.

Estaba a punto de hacer una estupidez.

Pero diablos, ¿qué iba a perder? Tal vez mi dignidad, mi total vergüenza.

No obstante, se trataba de Gabriel. Era él. No era un sueño. Aunque se parecía bastante a una pesadilla.

Con una maldición, salí del auto, guardando las llaves en mi bolsillo y cerrando la puerta rápidamente con mi otra mano. Tenía que apurarme o lo perdería. Y no conocía para nada aquel barrio.

Empecé a caminar, con el sol en la espalda quemándome con cada paso. Puse mis manos en los bolsillos para aparentar que estaba tranquilo, pero en realidad mi corazón iba a mil por hora. Me pregunté qué le diría si lo llegaba a alcanzar.

No puedo creer que lo estoy siguiendo. Parezco un maníaco. Pero si corro hacia él será peor: parecerá que lo quiero atacar o algo.

Continué caminando, pero con paso apresurado. Gabriel iba con prisa, al parecer. Había una manzana entre los dos, pero lo estaba alcanzando rápidamente. En la esquina, paró cuando el semáforo se puso en verde. Caminé más lento, pero era inevitable. Ya estaba cerca de él.

―No pensé que me seguirías hasta aquí ―dijo.

Abrí los ojos con sorpresa. Podía sentir el sudor caer por mi espalda.

Se dio la vuelta, con los brazos cruzados. Estaba sonriendo.

―¿Realmente pensaste que no sabía que estabas allí, Lucas?

ANA

El camino de vuelta a casa fue lento. Me tomé el tiempo de pensar en lo que acaba de hacer y lo que podría llegar a pasar. Mi vida podría llegar a cambiar en un abrir y cerrar de ojos el próximo domingo.

O tal vez no. Cerré los ojos con fuerza por un momento y los volví a abrir para ver por dónde caminaba. No había ni un alma en la calle. Estudié las casas, los jardines que empezaban a verse más lindos cada día. El color verde parecía haber pincelado cada casa de forma singular, diferente. Los pájaros cantaban y viajaban de rama en rama y de fondo se escuchaban algunos radiadores encenderse para regar el pasto y las plantas.

A pesar de que el barrio en el que vivía me provocaba paz y una tranquilidad inigualable, sentía que ya había tenido mi dosis de por vida en aquel lugar. Habían nuevas familias, con niños pequeños conociendo la ciudad y haciendo amistades con los vecinos; me sentía ya fuera de lugar.

Recé a cualquier dios que me escuchase allá arriba que mi paquete llegase a tiempo y que sea aceptado. Si al menos participaba en los últimos seleccionados en el concurso, tenía más oportunidades de hacer contactos al menos. No me iba a desanimar si perdía, pero tenía que llevarme algo conmigo a su vez.

Cuando llegué a casa, fui directo a contarle a mi padre. Pero en la encimera de la cocina me encontré con una nota de él diciendo que se había ido a cubrirle el turno a un compañero. Bajé los hombros con desilusión, pero, ¿qué más podía hacer? Mi padre tenía su propia vida también, no podía permitirme que estuviese en cada momento. Incluso si sentía que acababa de hacer un cambio considerable en la mía.

Pero además de él y Cole, había otra persona a la cual deseaba contarle. Sólo esperaba que no se enojase conmigo. 

Lucas y Ana ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora