Capítulo 23

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Capítulo 23

ANA

Tomé aire y alcé el pincel, apoyando la muñeca en el lienzo para tener un mejor control de los trazos. Con un color azul oscuro, empecé a pintar el cielo en un atardecer. Fui variando entre varios colores mientras observaba la ventana a mi lado, buscando inspiración. Esta vez había decidido pintar en mi habitación, debido a la vista que me proporcionaba. Reajusté mis auriculares y continué con mi trabajo mientras dejaba divagar mi mente. Era viernes y aquel día no me tocaba estar en la tienda por alguna razón que el jefe no me había querido decir. Yo simplemente me encogí de hombros y corté la llamada, temprano aquel día.

El profesor Willow, el de arte, nos había pedido un sólo trabajo. Durante todos los años que estuve en su clase, pocas veces daba tarea para la casa y quería esforzarme lo más que podía para hacerle feliz. Quedaban pocos meses para que terminara la secundaria de una vez por todas y me pareció una buena idea dejarle un buen recuerdo sobre mí.

La consigna era una sóla: pintar o dibujar algo que te recuerde a tu infancia. Para mí fue bastante fácil pensar en un recuerdo de aquella época. Se me vino a la cabeza, casi instantáneamente, cuando tenía unos siete u ocho años y nos habíamos ido de vacaciones con mis padres a dios sabe dónde.

En aquel momento estaba pintando la cabaña donde nos habíamos quedado por unos días, con la vista de un lago al fondo y el atardecer a nuestro alrededor. Era una pintura simple, casi hasta podría decir fácil, pero intenté que se viera lo más angelical y nostálgico posible, usando colores cálidos y retazos de luces provenientes del poco sol que se dejaba ver.

Escuché la puerta de mi habitación abrirse y volteé para ver a mi padre en el umbral. Le sonreí, sin quitarme los auriculares y señalé la pintura. Se acercó y se dejó caer en mi cama para tener una mejor vista. Asintió con satisfacción, como si estuviese recordando al igual que yo. Detuve la música y lo miré, esperando para saber si quería decirme algo, ya que era inusual que vienese a mi habitación.

―¿Has aplicado para alguna universidad? ―preguntó en un tono un poco desinteresado. Intuí que no quería hacer un gran problema sobre ello, asi que le seguí el juego.

―De hecho, quería contarte sobre algo... ―dije y empecé a contarle sobre el anuncio de la Universidad de Abbington y su concurso de arte. Escuchó paciente hasta que terminé de hablar y se puso de pie.

―¿Estás segura? ―preguntó, poniendo las manos en sus caderas y observando el piso, como si no tuviese la fuerza necesaria para mirarme a los ojos y ver mi reacción.

Subí las cejas―¿A qué te refieres? Quiero intentarlo, al menos.

Observé cómo tomaba aire.

―No quiero que te ilusiones, hija, eso es todo. Los concursos como esos... son muy competitivos.

Revoleé los ojos―. Ese es el punto. Y creo que tengo oportunidad de ganar. Gracias por el apoyo, igualmente.

Le di la espalda y continué pintando aquel cielo que se estaba tornando violeta y próximamente rosa.

―Digamos que ganas ―empezó a decir―, ¿estás segura de vivir en Nueva York? Está muy lejos de aquí... Costaría una fortuna la mudanza y el apartamento.

―Abbington le da a los ganadores residencia hasta dos años y siempre puedo conseguir trabajo, papá. Gracias por confiar en mí, en serio ―dije con sarcasmo.

―Sabes que no me refiero a eso ―Escuché cómo se dejaba caer en mi cama una vez más y su voz se suavizaba un poco―. Sé que puedes trabajar, pero no quiero que lo hagas. La universidad es una época muy linda, hija, y temo que, si vas a Nueva York, no podrás disfrutarla, eso es todo.

Di media vuelta para mirarlo a la cara―. Esto es lo que quiero hacer, papá. No quiero seguir siendo una carga para ti. Y Nueva York es lo que siempre quise, y lo sabes. ¿Por qué no puedes confiar en mí y dejarme participar? ¿O es que piensas que no ganaré?

De repente me sentí herida y una pequeña presión se instaló en mi pecho. Me puse de pie, y tomando mi abrigo de paso, me dirigí hacia la puerta y me fui de casa para dar un paseo. Quería aclarar mi mente y pensar qué hacer a continuación. Pulsé el botón para reproducir música otra vez y me crucé de brazos.

Mi cabeza era un desastre. Por un lado, me entristecía dejar la ciudad y mi padre y todos los recuerdos que habitaban en cada rincón de la casa. Pero por otro lado, el más ambicioso de todos, mi sueño siempre había sido estudiar en una de esas universidades prestigiosas, en una ciudad grande y repleta de oportunidades. Sabía que sería uno de los obstáculos más grandes de mi vida y quién sabe, tal vez ganaría. Solté un suspiro cuando pensé en que tal vez, al fin y al cabo, podría perder. Tal vez todo el esfuerzo sería para nada. Tal vez estaba destinada a vivir mi vida aquí, en las mismas paredes hasta quién sabe cuándo. Me sentía atrapada.

Pensé en Lucas y en los fácil que sería para él este tipo de cosas. Él no tenía que preocuparse por el dinero; ya que aquel era el problema principal de la discusión con mi padre. El dinero. La suficiente cantidad para vivir una vida ordinaria. Sacudí la cabeza. Mi padre tenía razón, ¿cómo pensaba hacer la mudanza? ¿Qué trabajos habría allí para mí? Se me puso la piel de gallina al pensar en lo grande que era aquella ciudad y lo fácil que sería perderse, tanto física como psicológicamente. ¿Estaba realmente preparada para aquello? ¡Aún ni había cumplido dieciocho años! Era una completa y absoluta locura.

―¿Ana? ¿Qué estás haciendo aquí?

De alguna forma u otra había terminado sentada en un banco en la plaza cerca del centro, lugar donde la calma reinaba y producía un ambiente tranquilo y silencioso, en especial a aquella hora. Lo que no tenía pensado ver era a Lucas, quien llevaba de la correa a Polly y parecía estar paseándola por allí. Me sorprendí cuando me habló y más que nada al estar tan metida en mis pensamientos.

Le sonreí como pude y le hice seña para que se sentase a mi lado. Lo hizo con gusto, mientras que Polly venía hacia mí, saltando de la felicidad al verme. Le acaricié el ocico y me giré hacia Lucas.

―Sólo tomaba un poco de aire, ¿y ustedes?

―Polly estuvo insoportable toda la tarde así que la traje para que se calmara un poco. Este lugar es como mágico ―explicó mientras se encogía de hombros y le sacaba la correa a Polly para que luego saliese corriendo, rebuscando y oliendo los arbustos y luego corriendo hacia el otro extremo de la plaza para después volver a nosotros con una rama entre en los dientes. Reí y tomé el palo para luego arrojarlo lejos.

―Parece que es muy feliz aquí ―comenté.

―Pero tú no ―replicó Lucas―. ¿Ocurre algo?

Parecía realmente interesado en saber qué me pasaba y mi corazón empezó a latir a una terrible velocidad. Hice una mueca mientras negaba con la cabeza.

―No es de mucha importancia, realmente.

Lucas se cruzó de brazos y estiró las piernas, adoptando una pose más cómoda.

―Tengo todo el tiempo del mundo. Sabes que puedes contarme cualquier cosa, ¿no?

Le sonreí―. A penas nos conocemos, Lucas ―le recordé.

―Sí, pero la mejor forma de conocer al otro es hablando, ¿no es así? Anda, cuéntame.

Y así lo hice. Le conté sobre el concurso, a lo cual hizo sonidos de aprobación y me dijo que lo intentara, que estaba seguro de que podría llegar a ganar; y luego le expliqué lo que había ocurrido con mi padre hace un rato e hizo una mueca, que probablemente era de pena. Lo último que quería era que Lucas me viese así, en una de mis peores versiones, pero, ¿qué más daba?

―Creo que tengo una idea que podría llegar a hacerte sentir mejor. ¿Qué me dices de un fin de semana en una cabaña, con Cole por supuesto, mis compañeros y yo? Hay suficiente espacio para todos, una gran sala de estar, una piscina y un lago bastante cerca―.

―¿De qué estás hablando? ―lo interrumpí, con los ojos como platos. 

Lucas y Ana ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora