Capítulo 41

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Capítulo 41

ANA

―Sé que no me contarás sobre lo que ocurrió allá, Ana, pero ya pasaron casi dos semanas y apenas sonríes. Me siento mal por reír o estar feliz cerca de ti porque siento que tenemos que estar de luto o algo parecido. Pero, ¡ni siquiera sé qué estamos lamentando exactamente! Te escondes todo el día, sólo te veo en la tienda y ni siquiera hablas o algo, te concentras en el trabajo y eso es una muy, muy mala señal.

Cambié el teléfono de oreja y solté un poco de aire en el proceso. Seguí escuchando a Cole parlotear del otro lado sin parar. No me animaba a detenerlo tampoco. Quería que siguiese gritándome así, que me siga repitiendo que algo andaba mal conmigo, porque si no él no me lo decía, yo no me sentía totalmente capaz de entenderlo por mí misma.

Me mordí el labio por un largo rato. Odiaba aquel hábito mío. Nunca podía mantener mis labios completamente suaves y lisos. Y últimamente, aquel estímulo era el que me ayudaba a quedarme sobre la tierra cuando mis pensamientos empezaban a volar libres.

―Lo sé, Cole. Créeme que lo sé.

―¿Qué es lo que sabes exactamente?

―Que algo anda mal conmigo.

―¿Por qué no me lo cuentas? Sabes que tengo dos oídos muy saludables y que tengo todo el tiempo del mundo para ti, Ana. Eres mi mejor y única amiga.

―¿Qué de hay de Max?

Escuché algo parecido a una risa―. Olvídate de Max. Está ocupado ahora mismo. Sólo estas tú ahora.

―Osea que si él estuviese allí contigo, no estaríamos teniendo esta conversación.

―Sabes que eso es mentira. Siempre vendrás tú primero.

―Sí, claro.

―¡Ana! Basta. Tú no eres así. Y deja de cambiar el tema.

―Yo soy así, Cole. Mucho gusto, soy Ana ―dije con sarcasmo y luego de una pausa, seguí hablando―.La verdadera. La tonta. La estúpida. La idiota. La ciega. Y, lo más importante, la ambiciosa. ¿Sabes la cantidad de cosas que he deseado estos últimos meses? ¡Me convertí en una máquina de pedir! ¡Nunca me conformo, Cole! Siempre necesito más. Y no lo digo en voz alta, no. Todo pasa por mi cabeza y me está quemando. Quiero ir a la universidad. Quiero hablar con Lucas. Quiero que estés aquí conmigo. Quiero tener dinero suficiente para pinturas. Quiero que mi padre deje de tomar tantos turnos en el hospital. Quiero que nunca más en su puta vida vuelva a casa en mitad de la noche. Quiero dejar de trabajar. Quiero que mi madre siga viva.

Mi voz se había cortado en la mitad de mi estúpido discurso. Me había puesto de pie y había estado caminando por mi habitación, gritando como una idiota, pensando, pensando y pensando; y diciendo todo lo que pasaba por mi cabeza.

―En cinco minutos estoy allí ―dijo Cole y cortó.

Tiré el teléfono a mi cama y fui hacia la puerta principal. Giré la llave en la puerta para que estuviese abierta cuando él llegase y volví a mi habitación para arrojarme en las sábanas y estampar mi cabeza contra la almohada.

No sé cuánto tiempo había pasado. Tal vez me había quedado dormida. Tal vez Cole había tardado más de cinco minutos. Pero cuando llegó, me sentía súper pesada, sin ánimos de hacer nada.

Se sentó en mi cama. Me trajo un poco de comida. Me trajo agua. Se acostó a mi lado, dejando las cosas en la mesada de la cocina, y me contó sobre su día. Escuché paciente, ambos mirando el techo, sintiendo las respiraciones del otro, al unísono. Al rato tomé su mano y la estreché firmemente. Imitó el gesto.

Me contó sobre una película que había visto con Max. Ambos estuvieron a punto de llorar, dijo. Se trataba de esta chica que empezaba a trabajar como enfermera para un chico con cáncer. Y se enamoraban. Y luego se iban de vacaciones, unas largas, comentó. Tenía mucho dinero. Y luego contó que el chico se había rendido contra el cáncer, que quería morir allí con ella, en un lugar dejos de la ciudad, juntos, solos.

―Entiendo eso ―comenté.

―Sí, pero no es así como termina. Él decide volver al hospital y continuar el tratamiento. Decidió seguir viviendo, seguir soñando.

―¿Y murió?

―No. Bueno, no se sabe. Pero así es la vida, Ana. Uno nunca sabe lo que va a pasar.

Volví a apretar su mano, sintiendo levemente cómo las lágrimas amenazaban con volver. Las tragué. Lo miré y me sonrió. Lo abracé y apoyé mi cabeza en su pecho. Y así nos quedamos hasta que alguno de los dos se durmió primero, y el otro lo siguió. 

Lucas y Ana ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora