Capítulo 11

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Capítulo 11

LUCAS

Cinco veces tomé el teléfono para asegurarme de que Ana había visto mis mensajes. Le había enviado la dirección de un café que se encontraba en el centro y le había preguntado a qué hora le parecía más conveniente a ella. No quería parecer muy intenso, pero estaba empezando a preocuparme que luego de tres horas no había respondido. Finalmente le puse que la encontraría allí a las seis de la tarde. Aún faltaba una hora y con suerte, ella estaría allí.

Pasé lo que quedaba de la tarde deambulando en casa, jugando con Polly, una perra que mi madre había adoptado hace unos meses con la excusa de que la casa se vería mejor con un animal. Negué con la cabeza, pensando en lo superficial que podría llegar a ser y acaricié la parte detrás de sus orejas peludas. Sonreí. Su pelaje era dorado y se notaba que la señora Williams le había dado un baño recientemente.

Al fin y al cabo, Polly había convertido la casa en un lugar más habitable, pero la simple razón de que ella se encontraba allí se debía a que mi madre le importaba demasiado las apariencias.

―Vamos ―le dije y me siguió sin problemas hacia la sala de estar.

En el fondo del lugar se encontraba un enorme piano marrón oscuro, que parecía como si me observase cada vez que pasaba por allí.

Cuando tenía ocho años, mi padre me obligó a empezar clases de piano. Y a pesar de que durante unos años me había gustado y de hecho, me había convertido en un pianista decente, era casi imposible no pensar en él cada vez que tocaba las teclas. No sólo él se manifestaba en mi cabeza, si no también mi madre, y Gabriel.

En especial él.

Era gracioso como después de varios años aún su presencia parecía estar cerca de mí. Mi primer y única amistad había durado en un abrir y cerrar de ojos; y me culpaba a mí mismo. Y a todo mi entorno.

Me senté en el banco y bajé la vista. Polly ladró y la miré con reproche.

―Sabes que a mamá no le gusta que hagas eso, Polly ―Levanté un dedo hacia ella, señalándola y pareció entender lo que le quería decir, pero aún así se acercó a mí y volvió a ladrar, pero esta vez su tono era más bajo.

Fruncí el ceño y luego negué con la cabeza.

―Lo siento, Polly, pero no tocaré para ti. Aquella vez fue... especial. No volverá a pasar.

Y con eso, me puse de pie nuevamente y me dirigí hacia el sofá con la intención de distraerme con la televisión, pero en mi cabeza se libraba una constante batalla entre todos mis pensamientos: mis padres, mi antiguo amigo, la chica de cabello corto y aquella sensación que sólo obtenía al tocar el piano, que parecía estar perdida en el tiempo. 

Lucas y Ana ✓Where stories live. Discover now