Capítulo 10

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Capítulo 10

ANA

Que no cunda el pánico, me repetí por enésima vez. Simplemente sería una salida normal. Tranquila. No era una cita. No, para nada. Era... como una oportunidad que le ofrecía a Lucas. Una oportunidad para cambiar los pensamientos que tenía sobre él. Aunque claro, él no sabía que había gritado internamente al presionar el botón enviar. Tragué saliva y observé la pintura que había dejado parcialmente olvidada enfrente de mí. Solté el teléfono y me obligué a continuar, en un estúpido intento de concentrarme en algo más importante, algo que valía muchísimo más la pena.

Pero, ¿qué diablos estaba haciendo? Era como si me estuviese riendo ante los ojos de mi madre, que literalmente me miraban desde el lienzo, con una mirada de desaprobación. Su vida había sido tomada por una de esas personas y el sólo hecho de tener una conversación con gente de clase alta tendría que estar asqueandome, no hacerme pensar en qué diablos llevaría puesto o a dónde iríamos.

Alcé el pincel y continué trazando con poca presión para hacer la forma de sus pestañas, las cuales eran largas, parecidas a las de Lucas.

Sacudí la cabeza. No. No podía pensar en esas cosas. Sería una salida como amigos. Me daría a mi misma una oportunidad de pensar diferente sobre él, de encontrar algo que pudiésemos tener en común. Sin embargo, no pude evitar pensar que, en cierta forma, no era lo correcto. ¿Por qué tenía que buscar algo que me gustase en él? ¿Y por qué le dije que sí tan fácilmente?

Observé la pintura y solté un grito. El trazo había sido más largo de lo que supuse y no había caído en la cuenta de que, al sacudir la cabeza, el pincel se correría a su vez. Maldecí mil veces mientras, con el trapo intenté arreglarlo, pero la pintura debajo, la de la piel que estaba cerca de la ceja, se estaba empezando a borrar a su vez.

Solté el trapo y suspiré.

No pude evitar pensar en que era una señal. Mi yo tan supersticioso creía que todo lo que ocurría a mi alrededor era para hacerme llegar un mensaje y con suerte, hacer algo al respecto.

Y al ver la pintura corrida y no perfectamente borrada, me estremecí. Cualquiera que fuese aquel mensaje, daba a entender que no era bueno, ni de lejos. Mi teléfono vibró una vez más, pero todo el ánimo se había ido y me retiré a mi habitación para echarme una siesta y con suerte, estar mejor en la tarde.

Habrán sido tal vez treinta minutos desde que dejé caer mi cabeza en la almohada cuando alguien tocó la puerta de casa. Aún media dormida fui hasta la ventana para ver de quién se trataba y fruncí el ceño. La señora Anderson, la vecina, se encontraba del otro lado de la puerta, y se notaba gravemente preocupada. Siguió golpeando, esta vez un poco más fuerte y haciendo rebotar los cristales.

Cuando abrí la puerta, extendió sus brazos hacia mí, en señal de alerta.

―¡Ana! Ana, querida, no respondías el teléfono. Me han llamado del hospital. Algo le ocurrió a tu padre. 

Lucas y Ana ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora