Aquella miko de largos cabellos/ Juro que nunca más me sentiré menos que Kikyo

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Cada día le parecía aterradoramente interminable, nunca imaginó que cumplir con aquellos objetivos que se había propuesto...conllevara tanto sacrificio. Kagome entrenaba arduamente de día y noche, sin mucho descanso. El entrenamiento era tan constante y duro, que incluso sus manos y dedos lucían raspados de tanto tirar flechas para perfeccionar su puntería y aumentar el nivel de energía en las flechas que usaba para batallar. En ese momento ella se encontraba entrenando, como diariamente lo hacía, Kosho le invitó a tomar un breve descanso. Cayó sentada mientras tomaba un poco de agua. Se fijó a su alrededor no encontró a Sayo cerca de ahí.

- ¿Por qué demorará tanto Sayo? -espetó con preocupación la joven sacerdotisa.

Kosho hizo una negación casi despreocupada.

- Voy a buscarla...-se puso de pie, aún cansada, cuando una voz la puso alerta.

- ¡Kagome-sama!

Volteó ella rápidamente hacia la dueña de aquella infantil voz. Era la pequeña Sayo quien corría alegremente hacia ella. Kagome suspiró pesadamente por la gran preocupación de la que había sido presa por algunos instantes.

- Sayo, no te demores tanto. Me tenías preocupada...-dijo.

- Lo lamento -el rostro de la niña se ensombreció- me gusta apreciar mucho las rosas en primavera y hoy estaban muy bonitas.

Kagome sonrió algo rendida. Se colocó a la altura de la criatura.

- ¿Y... te gustaron mucho los rosales?

- ¿Eh? ¡Si! -comentó sorprendida por la sonrisa brindada.

La niña de lacios cabellos, que se había asustado pensando que había causado grandes molestias, se hallaba un poco más tranquila y segura de un momento a otro...con solo apreciar la hermosa sonrisa que Kagome le ofrecía. Kosho recomendó que era mejor encontrar un lugar para dormir, así que Kagome decidió buscar una aldea donde pasar la noche. Caminaron unos cuantos minutos cuando encontraron una cabaña abandonada en las afueras. Entraron y, aunque estaba un poco sucio, decidieron pasar la noche ahí.

- Kagome-sama, tengo algo de frío. -tiritó un poco la pequeña.

- Bueno, vamos a hacer una fogata, entonces...-sonrió Kagome.

- ¡Si! -gritó la más pequeña a todo pulmón.

- Señora Kagome, sus dedos están sangrando...-comentó Kosho mostrando algo de preocupación.

- ¿Eh? Parece que se volvió a abrir la herida, no te preocupes. -sonrió Kagome totalmente despreocupada, aunque en realidad le doliera mucho. Algo que había aprendido en todo aquel tiempo, era a soportar el dolor de cualquier daño o herida, por más grave que fuera.

Sayo no se quedó contenta con la expresión falsa de Kagome.

- Déjeme ver... -se acercó la curiosa niña a mirar. Arrancó un pequeño pedazo de su kimono y cubrió la herida de Kagome, mientras que la joven, sorprendida, se aguantaba el quejido.

- Muchas gracias, Sayo...-sonrió agradecida.

Las tres se sentaron alrededor de una fogata, mientras que Kagome sacaba algo de un pequeño bolso. Le ofreció unas cuantas frutas a Sayo y a Kosho. Obviamente la brillante Kosho se negó y Kagome, atontada, pidió disculpas por no acordarse de que las shinigami no probaban bocado humano. Comió ella algunas frutas y guardó el resto para el día siguiente. Miró a su alrededor y se percató de que habían unas pocas telas alrededor. Las tomó un comenzó a sacudirlas, para después cubrir a Sayo y de paso a Kosho, quien se sorprendió bastante por esta acción, mas no dijo nada.

La partida sigilosa de KagomeTahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon